Hará unos 20 años leí Crimen y Castigo de Fedor Dostoievski. De aquella lectura me impactó la despreocupación del personaje Rodión Románovich Raskólnikov por los bienes materiales. La novela me hizo reflexionar que no importa cuánta ropa tenga, siempre la tendré en exceso, que mientras menos tiempo pierda comprando ropa, o pensando si tal camisa se ve mejor con aquel pantalón, más tiempo gano en hacer cosas que de verdad me gustan.
Hace unos días terminé de leer la novela por segunda vez y quedé impresionado de lo poco que recordaba de ella. Más allá de que hubo un crimen, un castigo y una redención, mi olvido llegaba a tal punto que ni siquiera tenía en mente a Sonia Semiónovna, el personaje redentor de la historia. Por eso admiro a las personas que parecen recordarlo todo, como un tío apasionado por la historia y un amigo, abogado, radialista, filósofo que puede hacer una reseña biográfica detallada de algún personaje famoso sin mirar un papel. Fuera de estos Funes de la realidad, los demás mortales tenemos el consuelo de que al olvidar uno vuelve a leer las cosas como si fuera la primera vez, con la expectación de no saber lo que viene.
Pero volviendo al título de esta nota, la segunda lectura de la novela me llevó a plantearme que la pobreza de Raskólnikov no consistía en no poseer bienes materiales; tampoco radicaba en su patética justificación de que el crimen que cometió era de algún modo por el bien de la humanidad, o sería compensado por las grandes cosas que haría en el futuro, argumento bastante pueril usado por los sátrapas de todos los tiempos. Creo que la pobreza de Raskólnikov radicaba en la ausencia de amor, en una soledad vacía e insufrible. Hace tiempo vi una noticia de una japonesa que se ganaba la vida transmitiendo en vivo mientras comía, ya que muchos de sus compatriotas adultos viven solos y sintonizan su canal para sentirse acompañados a la hora de comer; ¡qué triste patetismo!
Alcanzar grandes logros profesionales, ganar mucho dinero, viajar o ser una celebridad pueden ser una fuente de satisfacción… pero sólo el amor da sentido a la vida al igual que su ausencia puede enloquecer o deprimir al más exitoso de los hombres. La pobreza de Raskólnikov es aquella contra la que luchamos todos los mortales, la lucha existencial por encontrar el sentido a la vida (sentido trágico diría Unamuno), la lucha por el amor.