Un gran conflicto entre el sistema de valores judeocristianos y otros sistemas laicos rivales gira en torno a la respuesta a estas preguntas: ¿Se creó la naturaleza para el hombre o es el hombre simplemente una parte más de la naturaleza? O, por decirlo de otra manera, ¿tiene el medioambiente natural algún significado sin humanos que lo aprecien y lo usen en su beneficio?
Las respuestas judeocristianas son claras a ese respecto: La naturaleza ha sido creada para el uso del ser humano; y por sí sola, sin el humano, no tiene sentido. Los delfines son adorables porque los seres humanos los encuentran adorables. Sin gente que aprecie a los delfines o el papel que desempeñan en el ecosistema del planeta para posibilitar la vida humana, estos animales no son más adorables o importantes que una roca en Plutón.
Ése es el objetivo de la historia de la Creación: Todo se hizo para preparar el camino para la creación del hombre (y de la mujer — aclarando para aquellos cuya educación universitaria los lleva a confundir el genérico «hombre» solamente con «varón»). Dios dijo cada día de la creación que era «buena», pero afirmó en el sexto día que la creación del hombre era «muy buena».
Los críticos consideran inaceptables tres nociones bíblicas sobre la naturaleza: Que el hombre reinará sobre ella; que fue creada exclusivamente para el hombre y, por tanto, no tiene valor intrínseco; y que no es sagrada, porque Dios está fuera, no dentro de la naturaleza.
En lo que respecta al ser humano «dominando y conquistando la naturaleza», ésta fue una de las ideas revolucionarias del Antiguo Testamento que hicieron posible el progreso médico y científico de Occidente. Para todas las civilizaciones antiguas, la naturaleza (o los dioses igualmente caprichosos y amorales de la naturaleza) gobernaba al hombre. El libro del Génesis llegó para enseñar lo contrario: El hombre ha de reinar sobre la naturaleza.
Sólo así el hombre desarrollará remedios para las enfermedades de la naturaleza. Nosotros venceremos al cáncer; el cáncer no nos vencerá. Y sólo los seres racionales, no los dioses irracionales de la naturaleza, pueden lograrlo. Los valores judeocristianos son la razón principal por la que la ciencia y la medicina moderna se desarrollaron en Occidente. Una naturaleza racional, diseñada por Dios, y unos seres humanos racionales pueden, por tanto, percibirla y, sí, conquistarla.
La noción de que fue el laicismo, y no los valores judeocristianos, lo que posibilitó la investigación científica constituye quizá la mayor victoria propagandística de la historia. Prácticamente todos los grandes científicos, desde Sir Isaac Newton hasta los del principios del siglo XX, vieron la investigación científica como el estudio del diseño divino.
En cuanto a la moderna objeción laica a la noción judeocristiana de que el hombre es el pináculo y el propósito de la naturaleza, sólo se puede afirmar que, si esa objeción prevalece, sería un infortunio para la humanidad. Cuando se reduce al humano a ser simplemente parte del mundo natural, su condición se reduce a la de un delfín. Una de las grandes ironías del mundo contemporáneo es que los humanistas convierten la vida humana en algo que carece de valor, mientras que los creyentes judíos y cristianos hacen que la vida humana sea infinitamente sagrada. El valor del hombre depende completamente de una visión del mundo basada en Dios. Sin Dios, el hombre es otra parte más del ecosistema, y con frecuencia una pésima parte.
Entonces, digamos lo que no se puede decir entre compañía sofisticada: La naturaleza se creó como el vehículo a través del que Dios creó al ser humano y ésta se creó con el fin de darle sustento emocional, estético y biológico a la humanidad. La naturaleza en sí misma no tiene ningún propósito sin la existencia de los seres humanos para que la aprecien. En palabras del Talmud, toda persona debe mirar al mundo y decir: «El mundo fue creado para mí».
¿Significa esto que la visión bíblica de la naturaleza le da al hombre el derecho a contaminar la Tierra o a abusar de los animales? Rotundamente no. Abusar de los animales está prohibido en la Torá: La prohibición de comer la extremidad de un animal vivo, la prohibición de colocar dos animales de diferentes tamaños bajo el mismo yugo y la prohibición de que los animales trabajen siete días a la semana son solamente algunos ejemplos. El sufrimiento gratuito contra un animal es un pecado grave. En cuanto a la contaminación de la Tierra, esto también lo prohíbe la religión. Si el propósito de la naturaleza es ennoblecer la vida humana y dar testimonio de la magnificencia de Dios, ¿bajo qué interpretación de este concepto puede una persona religiosa defender la contaminación de la naturaleza?
De hecho, somos responsables de la naturaleza, pero no por el bien de la naturaleza en sí sino por nuestro propio bien.
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