El ejemplo de Gregorio Marañón

Muchas veces la historia de la humanidad brinda ejemplos de coraje, entrega y convicción en las ideas de libertad. Quizá el siglo XX tiene entretejida una contradicción de desesperanza y terror, pero también de esas duras circunstancias emergieron voces activas que dejaron testimonio de que todo no estaba perdido y que era válido seguir dando la batalla por nobles ideales humanos.

Gregorio Marañón es uno de esos ejemplos, que no tan solo ilustró jóvenes mentes con un mensaje de esperanza sino que también fue práctico a la hora de aplicar, dentro de las circunstancias, los frutos de su trabajo generados desde la disciplina del estudio y la entrega a la sociedad. Un hombre en esencia crítico y analítico, Marañón no buscaba imponer una forma de ver el mundo sino el establecimiento del ejercicio de la libertad. Esa misma libertad que durante su vida vio en varias ocasiones pisoteada y casi extinta. Como político criticó duramente la dictadura de Primo de Rivera costándole un mes en prisión.

Como buen liberal, Marañón era escéptico del poder y su concentración en pocas manos, en efecto, la dictadura reducía la libertad y amenazaba desde esta lógica una particularización del poder que no compartía. Como hombre de academia generó amplios debates en este ámbito; lo que lo llevó a ser admirado por sus adherentes y respetado por sus adversarios fue su convicción en los principios y la defensa de éstos, lo que marcan una etapa política que hoy se muestra escasa, por decirlo caritativamente.

Hoy que España se vuelve a hundir en el guerracivilismo y en una renovada exaltación izquierdista de la sangrienta Segunda República que arrancó con el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, hace falta refrescar muchas memorias. El advenimiento de la Segunda República en España ilusionó a Marañón al igual que a muchos que pensaban en una nueva etapa de aquella convulsionada España de los años 30, que soñó con la posibilidad de establecer instituciones sólidas y representativas de todos los sectores de la sociedad.  Sin embargo, para pesar de muchos, poco tardó la joven república en teñirse de sangre porque el totalitario proyecto marxista que era la Segunda República rápidamente acabó con el sueño de verdaderos republicanos, que como Marañón buscaban establecer un camino de encuentro entre todos los miembros de la sociedad. Sus críticas a la República principalmente se basaron en la incapacidad de quienes detentaban el poder en generar una amplia convocatoria ciudadana y no solo para quienes, inspirados febrilmente por la lucha de clases y el resentimiento, buscaban el establecimiento de un proyecto totalitario.

Marañón no buscaba que todos fueran liberales; eso era imposible por razones lógicas, pero sí que ejercieran la libertad.  Esa libertad basada no sólo en un respeto aparente sino en la generación y establecimiento de principios liberales como la tolerancia religiosa, respeto al pasado histórico, un humanismo basado en la búsqueda del propio destino trascendente  y la generación de espacios de intercambio donde la particularización del poder evitara la violencia como medio y fin en la actividad política.

Por ende, Marañón es duro crítico de la ingeniería social que en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ya había generado terribles hambrunas, el establecimiento de un sistema totalitario y masacres que hasta el día de hoy horrorizan a estudiosos e investigadores. El ser humano tiene capacidad de elección en la generación de su destino, rompiendo sin mucho preámbulo con el determinismo materialista que pregona el marxismo en su interpretación de la historia y concepción de las sociedades. Es esa capacidad que Marañón buscó difundir y ejemplificar durante toda su vida al ser un hombre de ideas y de acción. Denunció abiertamente los crímenes que estaba cometiendo la Segunda República, fomentando la reflexión entre sus estudiantes, participando en política sin dejar el ejercicio de la profesión médica como tampoco sus diversos proyectos en beneficio de la sociedad.

Marañón no tuvo temor en denunciar la persecución de académicos en las universidades españolas hacia el año 1937 sin olvidar que muchos de los que huían eran académicos de la línea marxista que veían un peligro real de agresión y destrucción de la sociedad y de sus propias vidas en aquellos a los que habían apoyado abiertamente. También denunció con valentía y coraje la brutal intolerancia religiosa que se veía en España, no de simples carteles sino con la quema de iglesias y conventos así como el asesinato de religiosos y fieles cristianos, que las hordas marxistas exterminaron. Son mártires olvidados del siglo XX, a lo cual se suma la destrucción de un patrimonio cultural invaluable y una irreparable confianza en cualquier tipo de solución pacífica.

La dictadura impuesta en este periodo contó con fuerte apoyo internacional, como todo régimen de izquierda hasta el día de hoy, buscó destruir la imagen de sus adversarios y alentar su “eliminación”.  Esto llevó a que Marañón saliese de España en 1936, tras los primeros meses del alzamiento nacional, el resultado hasta entonces incierto de la guerra civil y la difícil situación en su país natal lo obligo a partir en un exilio que duraría casi 6 años. A su regreso vio el fruto de la lucha de largos años de guerra, conflicto que él deseaba evitar pero que el siempre sangriento experimento marxista necesitaba para su proyecto.  El nuevo régimen recibió a Marañón, al igual que a muchos otros intelectuales de la época, con el respeto de un personaje que trascendía las fronteras de España.

Su espacio natural tras el regreso fue la medicina y la academia, fomentó estudios y la generación de nuevos servicios en beneficio de la sociedad. No pasaría mucho tiempo para que estas iniciativas encontrasen tierra fértil en el proceso de reconstrucción nacional que se llevaba a cabo.  Marañón fue precursor de la endocrinología, estuvo a la vanguardia en esas investigaciones y generó nuevo conocimiento que trascendió fronteras, no tan solo de la medicina de la época, sino también de la península.

Gregorio Marañón fue todo un ejemplo de valentía civil. La defensa de la libertad humana exige claridad de principios y valentía ante proyectos liberticidas. España va hoy por mal camino después de haber cerrado con mucho éxito sus heridas históricas con la Transición. Pero la izquierda, cada vez más en poder de la narrativa histórica ante una derecha asustadiza, está logrando reabrir heridas restañadas y duros conflictos amenazan ya la estabilidad del proyecto español en democracia y libertad. Esperemos que el ejemplo de Marañón sirva como recordatorio de que tenemos en nuestras manos la posibilidad de cambio de nuestro propio destino y que esperar hasta que “sea más propicio dar la pelea” intelectual no suele ser la mejor solución.

 

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