Es probable que uno de los libros que más sacerdocios han truncado sea el Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano, el tratado que publicaran en 1996 Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, y que devino en azote, por azogue, de la izquierda.
Pensaba estos días en aquella epifanía al ir conociendo los detalles de la entrevista que mantuvieron en México Sean Penn y Joaquín “El Chapo” Guzmán, lo que me llevó a concluir que urge una adaptación del clásico que ponga negro sobre blanco las hazañas de tipos como Michael Moore, Oliver Stone o el propio Sean Penn, por citar sólo a la santísima trinidad del redentorismo born-in-the-usa.
Nadie como esos tres ejemplares (ni que decir tiene que son multimillonarios) sostiene la certeza de que los progres de allí y los de aquí sufren la misma falla de la inteligencia. No en vano, también aquéllos se dan a vadear la ciénaga de moda con el solo objetivo de señalar no lo malo que es el capitalismo, sino lo irresistiblemente buenos que son ellos.
A tal efecto, les importa bien poco la causa que defiendan. De hecho, y dado el progreso general de la humanidad, cada vez quedan menos causas por defender, entendidas éstas como el edén radiante, apacible y hambriento que la izquierda ha descrito como tales. Y tampoco, claro está, es cuestión de ir al frente kurdo a batirse con el Estado Islámico (EI), ésta sí, una causa de antología.
Qué mejor, entonces, que encararse (es un decir) con el Gran Narco Mexicano a fin de exaltar su condición de víctima. Y es que a los ojos de Penn, si el Chapo es un criminal es porque el mundo ha propiciado que lo sea o, por decirlo como la canción de Jeanette, “el mundo lo ha hecho así”.
Es verdad que el Chapo rebana pescuezos por doquier, sí, pero semejante frenesí no es más que una expresión de rebeldía. Después de todo, si Maradona fue una reencarnación del Che Guevara, un libertador a su pesar, por qué demonios el Chapo no habría de ser el próximo Cristo de Palacagüina.
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