No hay duda de que la obra del Padre Ángel y su ONG, Mensajeros de la Paz, es sincera. El problema es que al mismo tiempo que lucha contra la pobreza, promueve ideas que la fomentan. En una reciente entrevista, el Padre Ángel afirmó: «Los ricos, algunos no, lo son porque han explotado a la gente».
Dejemos de lado esos «algunos» y vayamos a lo que el Padre Ángel cree el caso general: el enriquecimiento por medio de la explotación. ¿De dónde sale esta idea? Sale de la errónea creencia de Marx de que la única fuente del valor es el trabajo. Según Marx, cuando un empresario vende la producción por un valor mayor al de los salarios que paga, se está apropiando de un «plusvalor». Es decir, está «explotando» a sus empleados.
Esa equivocada idea tiene varias consecuencias antisociales. La más grave y paradójica es que, para acabar con la «explotación», las ideas de Marx y el Padre Ángel acaban por fomentar la mayor tiranía concebible: la de la «propiedad colectiva de los medios de producción». Lo que se presenta como un paraíso en el que todos los medios de producción «son de todos» es en verdad una situación en la que la vida del individuo se pone en manos de la burocracia estatal. ¿Eran acaso la Unión Soviética y la Alemania nazi paraísos de la no explotación? Ya debería resultar obvio que no.
Lo que Marx no alcanzó a comprender es que ninguna producción puede llegar al mercado sólo con el esfuerzo de quien está en la línea de montaje o empuñando un taladro. En primer lugar, hace falta tener una idea: qué producto o servicio se va a ofrecer. Pero también, entre otras cosas, hacen falta maquinaria y equipos, buscar financiamiento, conseguir clientes, seleccionar proveedores, etc. En el mejor de los casos, el precio de venta alcanza para remunerar el trabajo y todos los demás factores de producción. Pero muchas veces no alcanza. Aunque Marx y el Padre Ángel no parecen tenerlo en cuenta, lo cierto es que ninguna empresa tiene sus ganancias aseguradas.
Las ganancias de una empresa, en un régimen de competencia, lejos de ser una medida de la «explotación» de sus empleados, nos indican el grado de aceptación que tienen sus productos entre los consumidores. Amancio Ortega no debe su fortuna a ninguna explotación, sino a que su empresa fue capaz de ofrecer, durante muchos años, productos de una calidad y precio que los consumidores consideraron adecuados. Para sorpresa del Padre Ángel, la verdad es que Amancio Ortega, al igual que todos los empresarios de éxito, es rehén de los consumidores: estos no tienen ninguna obligación de seguir comprando en Zara. Por eso, la fidelidad del cliente tiene que ser ganada cada día.
Para salir de la pobreza, la mejor herramienta es la creación de puestos de trabajo. Para que haya más puestos de trabajo, tiene que haber más empresas y/o las que existen deben crecer. Por eso, la mejor pregunta que podrían hacerse todos los interesados en acabar con la pobreza es de qué manera pueden ayudar a que haya más y más grandes empresas.
Se me ocurre que el primer paso es dejar de insultar a los empresarios. Y que el segundo es dejar de pregonar ideas que, además de no resistir ni el más mínimo análisis, han expandido la pobreza cada vez que se pusieron en práctica.