El Estado nos hurta muchas cosas. Lo más evidente es nuestro dinero a través de los impuestos, pero no es lo único. Por ejemplo, también pone trabas para que la gente innove, haga negocios y cree fuentes de trabajo, robándole así un mejor futuro a muchas personas. Pero el propósito de esta nota es reclamar por el robo del tiempo que sufrimos los ciudadanos a manos de la clase política y su burocracia.
El tiempo es la materia prima del ser humano. Requerimos de tiempo para trabajar, para descansar, para jugar, para pensar, para disfrutar de nuestros hijos, para vivir y por tanto nuestro tiempo es un recurso escaso que vale tanto o más que los impuestos que pagamos. Y sin embargo el Estado lo desperdicia y lo derrocha sin asco ni consideración. ¡Cuántos trámites que pudieran hacerse por internet e incluso eliminarse requieren de esperas eternas con colas que comienzan a formarse antes de que salga el sol! ¡Cuántos jubilados, madres y niños deben madrugar y formar colas muchas veces desde las 4 de la mañana bajo el frío o derretirse toda la tarde bajo el sol oriental! ¿Cuántas veces hacemos cola para sacar un papel que nos lleve a la cola de un banco a pagar un papel que nos permita regresar al lugar donde nos dieron el papel para hacer otra cola para iniciar un trámite que requerirá muchas otras colas y horas de espera?
¡Cuántas horas, que a lo largo del tiempo se transforman en días, perdemos los ciudadanos en farsas burocráticas! Si acabáramos con ellas, quizá no nos ahorraríamos el dinero, pero al menos sí el tiempo, precioso tiempo que un taxista necesita para alimentar a su familia, una madre para jugar con sus hijos, un trabajador para trabajar o un atleta para ejercitarse.
El tiempo es la materia prima del ser humano y el Estado lo desperdicia como si no valiera nada. Nosotros, los ciudadanos, tenemos la culpa de permitir ese ultraje.