Junto a ideas intervencionistas, Smith tuvo otras liberales, y desde muy pronto. Afirma que las intervenciones públicas son “violaciones de la libertad natural, que son por tanto injustas”, a cargo de gente de poco fiar, como el político, “animal insidioso y astuto” que con “grandísima impertinencia y presunción…pretende vigilar la economía privada de los ciudadanos”, en vez de dejarlos en paz. Concluye: “Nunca he visto muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actuar en bien del pueblo”. Los que hoy pretenden vestir a Smith de puro socialdemócrata son tan ridículos como cuando aducen que toda reducción de la coacción del Estado es desandar lo andado en el camino hacia el progreso.
Pero, entonces, ¿cómo casar sus declaraciones liberales con las que van en sentido contrario? De esto me ocupo en el ensayo “Otro problema de Adam Smith: el liberalismo”. Puedo resumir mi argumentación diciendo que mirando las citas en contexto se observa que la reivindicación antiliberal es menos sólida de lo que parece.
En ningún caso Smith concibe un Estado tan grande y oneroso como el actual: “es indudable que una recaudación fiscal exorbitante, como la que absorbe, en paz o en guerra, la mitad o incluso la quinta parte de la riqueza de la nación, justificaría, lo mismo que cualquier otro enorme abuso de poder, la resistencia del pueblo”. No estaba en contra de todos los empresarios (“Los prejuicios de algunos escritores políticos en contra de los tenderos y comerciantes carecen totalmente de fundamento”), sino sólo de los que se aprovechaban del sistema mediante componendas y trapicheos políticos.
No aceptaría la moderna justicia “social”, porque para él la justicia es una virtud negativa, basada en el no dañar, algo que está vedado, aunque, como en la redistribución política, tenga beneficiarios. La propiedad del fruto de nuestro trabajo es “la más sagrada e inviolable”. Las obras públicas deberían ser financiadas por los usuarios, mediante peajes, y la educación debía ser sufragada en parte siempre por los alumnos, incluidos los más pobres.
Es verdad que apoyó las Leyes de Navegación, pero no por razones económicas. Y la desigualdad que deploró es la asociada a relaciones serviles, como eran las feudales, pero no en el caso del comercio, el mercado y los contratos libres.
Por lo tanto, las excepciones al laissez faire no socavan su confianza en la libertad. Con todos sus matices, Adam Smith puede ser legítimamente reivindicado en nuestros días no sólo por los economistas liberales sino por cualquier amigo de la libertad. No pudo ser hostil al liberalismo alguien que saludó así a dos extensiones del mercado: “El descubrimiento de América y el del paso a las Indias Orientales por el cabo de Buena Esperanza son los dos acontecimientos más importantes que registra la historia de la humanidad”.
No deje de leer La definición de Liberalism para entender mejor los principios de esta concepción y el problema definicional de su traducción.