Existe mucha confusión con los conceptos de democracia y derechos humanos. Mientras que la mayoría de la gente considera que los derechos humanos son una serie de privilegios y dádivas que tiene que otorgar el Estado, otros creen que la democracia es casi un sinónimo de derechos humanos.
La libertad de elegir y ser elegido para un cargo público es uno de los derechos que tenemos como ciudadanos, pero no es el único y aunque un régimen democrático por su naturaleza tiende a ser más respetuoso de los derechos humanos que un régimen no democrático, la democracia por sí sola no garantiza el cumplimiento de tales derechos. Y es que mientras la democracia es el gobierno de la mayoría, los derechos humanos son la garantía de protección de la vida y la libertad de las personas, protección que un Estado debe procurar contra los caprichos de los gobernantes de turno e incluso contra los caprichos de la mayoría.
Para demostrar la diferencia entre ambos conceptos no hace falta más que ver los regímenes de Hugo Chávez en Venezuela, Cristina Fernández en Argentina o Evo Morales en Bolivia. De ninguna manera se puede discutir la naturaleza democrática de estos regímenes; conquistaron el poder en elecciones libres y mantuvieron una alta popularidad durante sus mandatos. Y sin embargo cometieron violaciones a los derechos humanos de manera sistemática y premeditada. La libertad de expresión (y su corolario, la libertad de prensa) y la propiedad privada fueron sus principales víctimas, pero también hubo persecución política, terrorismo de Estado, asesinatos y homicidios que configuran una serie larga de violaciones a los derechos humanos, y a pesar de todo esto, mantuvieron el apoyo de la mayoría de los votantes, por ende fueron democráticos en el más estricto sentido de la palabra.
Históricamente el mayor violador de los derechos humanos ha sido el Estado, incluso en los regímenes democráticos. El principal rol de una constitución debería ser limitar el poder del Estado y proteger las libertades individuales. Lamentablemente muchas constituciones hacen lo contrario: agrandan los poderes del Estado a costa de la libertad de las personas. La vigencia democrática aunque necesaria, no es suficiente para garantizar la vigencia de los derechos humanos y como los ejemplos anteriores lo demuestran, la mayoría del pueblo puede circunstancialmente apoyar y ser cómplices de gobiernos que hacen de la violación sistemática de los derechos humanos una política de Estado.