Es importante destacar cómo durante años la retórica acerca de los “derechos” ha pasado de “derechos naturales” a “derechos humanos”. Esto se refleja en documentos de derechos como la Carta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas o la Convención de Derechos Humanos europea, etc. Sin embargo, hace falta retomar el análisis de la tradición de los derechos naturales, no teorías utópicas o derechos abstractos. La tradición a seguir es la que el gran filósofo Edmund Burke delineó: Derechos naturales que provienen de la ley divina de Dios.
En la época de la Ilustración se utilizaba el término “derechos naturales” cuando se hablaba de los derechos de todo ser humano y que procedían de Dios o de la naturaleza. Sin embargo, a principios del siglo XX, el uso del término “derechos humanos” se hizo popular y se ha convertido en el estándar cuando hablamos de derechos. Pero estos términos son muy diferentes y estas diferencias hay que reseñarlas para poder entender por qué los conservadores rechazamos por completo el término “derechos humanos”.
Utilizar el término “derechos humanos” da pie a asumir sencillamente que son derechos otorgados por la humanidad. En el caso de “derechos naturales” se asume que son otorgados por una divinidad. Mientras que para nosotros el gobierno crea el orden político para gozar de nuestros derechos naturales, el concepto de “derechos humanos” implica que estos derechos los otorga el gobierno (humanidad).
Son enormes las implicaciones de esto último. Si los derechos humanos se derivan del gobierno entonces son subjetivos, es decir que la humanidad puede determinar en cualquier tiempo qué es un derecho o qué no lo es. En otras palabras, poder dar un derecho implica también poder quitarlo. Los derechos naturales son constantes y universales porque son derechos provistos por el Creador y nadie puede quitárnoslos. A eso hay que añadirle que el fanatismo democrático obliga a los propulsores de derechos humanos a crear y proponer una lista inacabable de derechos, como la salud, la educación, la vivienda, etc. que terminan siendo derechos basados en deseos de la humanidad.
Los derechos humanos se han convertido en la panacea que hace que cualquier deseo de la humanidad se transforme en un derecho. El problema de la subjetividad de lo que es un derecho humano hace imposible hacer una carta de derechos que contenga todos los derechos que proponen los creyentes de esta nueva religión.
En vez, los conservadores creemos en los derechos naturales y nos regimos bajo los siguientes criterios de los que surge nuestra visión de derechos: Igualdad ante los ojos de Dios, igualdad ante la ley, seguridad de nuestras posesiones y propiedades, participación en las actividades comunes y las consolaciones de la sociedad. Estados Unidos se fundó bajo estos criterios y ello se refleja en su magnífica Carta de Derechos, que no pretende ser un compendio de todos los supuestos derechos de la humanidad, sino de las cosas que el gobierno no puede hacer en su legitima búsqueda de organizar el orden en la sociedad. Los derechos contenidos en la Carta americana de Derechos se rigen bajos estos criterios. Si un tirano alcanzara el poder, iría directamente contra esos derechos, por ejemplo, la posesión de armas, la propiedad, la libre expresión, etc…
Los derechos humanos son una creación atea para remover a Dios del debate sobre los derechos intrínsecos que cada uno tiene como humano. Es un intento de quitar la soberanía de la ley divina y transferirla a una humana basada en la razón. Es en esto que hemos visto cómo se ha utilizado el concepto de derechos humanos para llegar a conclusiones que favorecen a las campañas de la izquierda políticamente correcta. Esta concepción moderna de derechos se basa en principios débiles, con palabras deliberadamente diseñadas para estar abiertas a diferentes interpretaciones y para que sirvan a motivaciones políticas del momento.