El comunismo es totalitario

Exhiben a diario su devoción por el comunismo que, no lo olvidemos, es uno de los dos totalitarismos nacidos en el siglo XX (el otro fue el nazismo, cuya apología esta justamente perseguida). Sin embargo los bardos del comunismo lo enaltecen sin rubor, calificándolo de ‘belleza’ y negando sus millones de víctimas a las que indignamente asesinan de nuevo al ignorarlas. Niegan el horror histórico para legitimar su veneno social, con el cual esperan el renacer de un ‘Hombre Nuevo’ en un Paraíso Comunal. Se cumplen, este año 2017, cien años de comunismo estatal; un siglo de ininterrumpidos fracasos sociales, económicos y humanos en todo el orbe, pero el creyente comunista no pierde la esperanza de que el próximo intento, ese si, sera el bueno. La realidad no importa cuando se trata de una fe.

Jean-Francois Revel, en su imprescindible ensayo La tentación totalitaria lo explica muy bien con su peculiar ironía: «Un punto a favor del capitalismo es que, por lo menos, esta contento de si mismo solo en tiempos de euforia y cuando todo marcha bien, mientras que el triunfalismo socialista no precisa esta condición para ahuecarse. Los fracasos lo revigorizan, afortunadamente para el, ya que si hubiera de fundar su contento de si mismo en los éxitos, se retorcerÍa en ininterrumpidas mortificaciones».

Otras veces tratan de encubrir el objetivo comunista – esto es, la DICTADURA del proletariado – con una falsa moderación trufada de eufemismos, de lenguaje polivalente y de esoterismo para creyentes. He aquí cuando cobra todo su sentido el errejonista ‘núcleo irradiador’. El Mesías habla desde Alamut y los bebedores de hachís difunden el mensaje. Saben bien que en sociedades democráticas fuertes no cabe la toma del Palacio de Invierno y que es precisa la ocupación paulatina de esos fortines intermedios que son las instituciones sociales sobre las que se sustenta el Estado (escuela, ONG’s, iglesias, sindicatos, agrupaciones culturales…). Una vez ganadas para la causa comunista (no importa con qué nombre la disfracen), la caída del Estado es cosa hecha; sin necesidad quizás de matar demasiado o, al menos, no tanto como Lenin y luego Stalin y mas tarde Mao y hoy Castro o Maduro. Habrá que pensar, eso si, en ampliar las cárceles, para reeducar al 95% de la población desafecta o simplemente ‘inculta’, ‘ciega’ o ‘idiota’. Gramsci lo explica muy bien en sus manuales y los nazis lo hicieron perfectamente con el proceso que ellos llamaron ‘sincronización’ y que empezaron a utilizar años antes de su toma del poder.

Me refiero al revolucionario de postín – no hablo del hambriento y explotado de Chiapas-, acuso al rebelde al que no falta el iPhone, ni la pantalla plana, ni las redes sociales, ni su blog, ni sus cervezas, ni sus salidas nocturnas, ni sus caprichos con cuyo valor «de mercado» podrían pagar los estudios de muchos críos que anhelan hacerlo, pues intuyen que el conocimiento libera mucho mas que los cócteles molotov con que mecieron sus cunas. Hablo del revolucionario de postín cuya vida e integridad sabe perfectamente asegurada dentro de un Estado que no es totalitario, ni fascista -como ellos falsamente afirman con desparpajo – y que no va a asesinarles, ni a encerrarles, ni a torturarles. A lo sumo les va a multar por romper farolas. Son ellos los mismos que siempre se inclinan y enmudecen ante el tirano cuando llega de verdad.

Su habitat para el medro y el éxito, es el caos. No importa cual: el caos, a secas. El gran escritor checo Pavel Kohout lo reflejo perfectamente en su espeluznante novela negra La hora estelar de los asesinos. Una guerra, unas barricadas, un crisis económica, un huracán, una revolución del tipo que sea y en la que ellos puedan vestir su uniforme de camuflaje y asir su machete o su AK-47 son suficiente. No necesitan nada mas que el derrumbe de las reglas del juego civilizado, al que tachan de degenerado. Sin reglas serán los amos, porque mientras el resto no sabemos o no queremos usar las armas de la barbarie ellos si saben gritar como nadie, y escupir, maldecir, acusar, delatar y prometer el paraíso que nadie (excepto ellos) es capaz de construir.

Anhelan juzgar para matar impíos, y el proceso y sus jueces genuflexos serán únicamente el decorado fastuoso en el que exhibir impúdicamente su ortodoxia revolucionaria (no me importa el color). Mejor millones de muertos antes que sólo miles, porque los torrentes de sangre serán la prueba de cuan necesarios eran, de cuan sucios estaban los establos de Augías. Es la lógica de psicópata cuando se disfraza de profeta y toma el poder.

El caos es para ellos la excusa perfecta para que desde su anodina insignificancia puedan llegar a ver su rostro impreso -mesiánico el ademán- en millones de camisetas de adoradores distantes que ignoran que también ellos serán sentenciados.

 

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