Uno de los argumentos más frecuentes que encuentro para disfrazar la censura, alegando libertad de expresión va más o menos así:
1) Hay que garantizar la libertad de expresión.
2) Los medios de comunicación (o algunos medios) no transmiten todo el espectro de opiniones, por lo tanto limitan la libertad de expresión.
3) Por ello el gobierno debe intervenir y controlar a los medios para “garantizar la libertad de expresión».
Las formas del argumento pueden variar; algunos hablarán de “democratizar los medios” otros de “permitir al pueblo el acceso a los medios”, o “acabar con el monopolio donde solo los ricos y poderosos tienen voz”, etc., pero el fondo es básicamente igual. Quienes esgriman esta explicación en realidad no creen en la libertad de expresión, pero aparentan defenderla.
El argumento es ingenioso e incluso efectivo (no son pocos quienes se lo creen), pero es falaz. El error estriba en confundir lo público y lo privado, la sociedad civil y el Estado.
En el ámbito privado, un padre puede prohibir a su hijo a decir malas palabras, un medio de prensa privado puede y debe decidir qué programas emitir, toda persona está en todo su derecho de echar de su casa a alguien cuya opinión o presencia le sea molesta. Sin embargo un padre no puede obligar a todos los padres a que eduquen a sus hijos de cierta manera, un medio de prensa no puede decirle a los otros medios qué publicar y una persona no puede prohibir a otra persona a circular por áreas públicas. Cada individuo tiene cierta capacidad para limitar la libertad de otros dentro de su ámbito privado.
En cambio el Estado tiene el monopolio de la fuerza, de la creación de leyes y de la administración de justicia y por ello podría mediante estos instrumentos coartar ciertas libertades y derechos de manera generalizada. Precisamente para poner límites a este poder es que todo Estado que se precie de democrático se impone a sí mismo la obligación de no coartar la libertad de prensa; y la defensa de este derecho, es esencialmente una defensa de la sociedad civil contra el potencial de abusos por parte del Estado.
Los apologistas de la censura, en cambio, se confunden y pretenden defender a la sociedad civil de sí misma. Ya no hablan de ponerle una demarcación al poder del Estado y prohibirle limitar la libertad de expresión de la sociedad civil, sino que hablan de incrementar la libertad de expresión poniéndola bajo la tutela y control del Estado (una contradicción). Elaboran un discurso que enfrenta a varios grupos de la sociedad civil entre sí y convierten la libertad de expresión en un juego de suma cero, donde la libertad de expresión de algunos impide la libertad de expresión de las mayorías o arguyen que son los medios de comunicación quienes restringen la libertad de expresión porque dan acceso solamente a ciertos sectores. Por ello, el Estado debe intervenir como “restaurador” del equilibrio.
La forma de preservar la libertad de expresión no consiste en hacer que el Estado limite y controle a los medios, sino al contrario, en que los medios se desenvuelvan en un ambiente de libre competencia y fiscalicen al Estado.