La vida, la libertad y la propiedad privada son derechos naturales de las personas. Bajo el principio de que todos somos jurídicamente iguales, nadie tiene el derecho de quitar la vida, dañar la integridad, conculcar la libertad o usurpar la propiedad de otros.
En general, el enunciado anterior es aceptado, en teoría, por casi todo el mundo. En la realidad, ningún Estado lo respeta y una de las formas más creativas para infringir los derechos humanos es multiplicar los derechos humanos. Entonces tenemos el derecho al trabajo, los salarios mínimos y los aumentos salariales, cuya aplicación práctica se traduce en la inamovilidad laboral y transmutación de una relación laboral que por principio debería ser mutuamente voluntaria en una imposición obligatoria para una de las partes.
Tenemos el derecho a la salud y a la educación, cuya instrumentalización se traduce en aumentos de impuestos para los contribuyentes, regulaciones excesivas al sector privado de salud y educación a cambio de unos servicios públicos altamente deficientes. Nuevamente el derecho a la salud se instrumentaliza como la potestad del Estado para decidir por nosotros si podemos consumir drogas, tabaco, bebidas azucaradas y otros alimentos. Tenemos la tergiversación del derecho a la vida, como una prohibición a los ciudadanos de poseer armas, dejándolos indefensos frente a los Estados totalitarios. O la “democratización de la prensa” que bajo el argumento de que de alguna manera los medios privados restringen el derecho a la libre expresión permite al Estado a controlarlos, cooptarlos y violar la libertad de expresión.
Con la proliferación de “derechos humanos” los Estados tienen una justificación inmejorable para asumir cada vez más roles dentro de la sociedad, desde moldear la dieta de los ciudadanos, hasta controlar los currículums educativos para ideologizar a los estudiantes, todo bajo un aura de benevolencia. El comunismo fue un régimen brutal, vestido de benevolencia y la proliferación de falsos derechos humanos tiene mucho de eso.
Los Estados siempre han sido los mayores violadores de las libertades individuales; hoy lo siguen siendo, pero como ser abiertamente un dictador es cada vez menos aceptable, un instrumento muy conveniente para asumir cada vez más poderes y conculcar las libertades de los ciudadanos es convertir todo en un derecho humano, que por tanto tiene que ser garantizado por el Estado y que por tanto tiene que estar bajo la tutela del Estado. Hoy una de las mayores amenazas a los verdaderos derechos humanos son los derechos humanos.