Socialismo y autoengaño

Se supone que Albert Einstein definió la locura como ‘hacer la misma cosa una y otra vez, para luego esperar resultados diferentes’. No obstante, como la implosión económica de Venezuela nos recuerda, parecemos incapaces de dejar de repetir el mismo terrible error: tratar de lograr que el socialismo funcione.

Para explicar nuestra loca fascinación con el socialismo, he tratado de destacar una creciente lista de investigaciones académicas, las cuales sugieren que somos, por naturaleza, envidiosos y albergamos resentimiento contra personas que acumulan una cantidad ‘desproporcionada‘ de riqueza y poder.

Además, las investigaciones sugieren que nos resulta difícil entender, mucho menos apreciar, lo que Friedrich Hayek denominó el orden extendido —o el uso de la especialización y del comercio para crear ‘un proceso de recolección de información, capaz de reunir y destinar a un uso, información ampliamente dispersa que ninguna agencia de planificación central, mucho menos individuo alguno, podría conocer totalmente, poseer o controlar‘.

Nuestras mentes han evolucionado para abordar cuestiones enfrentadas por nuestros ancestros cazadores-recolectores (por ejemplo, un intercambio de carne a cambio de sexo) no para lidiar con cuestiones a las que nos enfrentamos hoy (por ejemplo, la contratación del ensamblaje del iPhone en China para que sea más asequible en EE.UU.). El orden extendido, en otras palabras, ha evolucionado a pesar de, no gracias a, nuestros mejores esfuerzos.

Hoy quisiera abordar otra razón por la cual hay un atractivo persistente del socialismo: el poder del autoengaño, o nuestra capacidad y voluntad de seguir creyendo en cosas que son evidentemente falsas.

Considere los siguientes dos ejemplos. En 1985, mi tía checoslovaca Kate visitó la Unión Soviética. Ella fue miembro comprometida del Partido Comunista durante toda su vida adulta y, como recompensa, obtuvo la oportunidad de pasar un par de semanas en el paraíso de los trabajadores. Cuando volvió, le pregunté de manera impetuosa si me había traído algo. “Nada”, dijo decepcionándome, “la Unión Soviética es un país muy pobre”. Pero Kate nunca falló en su compromiso con los principios del comunismo y siguió siendo miembro del partido hasta 1989, cuando todo su sistema de valores colapsó junto con el Muro de Berlín.

Algunos 10 años después, un profesor universitario estadounidense que tuve recordó su visita a la Unión Soviética. En 1970, él y su esposa pasaron dos semanas en Leningrado, Moscú y Kiev. Durante su estadía en el país comunista, él se quedó impresionado con la pobreza y la ineficiencia que presenció (Desde Kiev, escribió una carta a sus padres en Nueva York, que yo he transcrito, con su permiso al final de este artículo). Todos los demás turistas con los que él se encontró expresaron opiniones similares.

Cuando volvió a EE.UU., sin embargo, siguió leyendo reportes en las principales publicaciones, incluyendo la revista Time y el New York Times, que decían que la economía soviética estaba funcionando. Estos reportajes fueron escritos por personas que vivieron en la Unión Soviética, hablaban ruso y tenían amigos soviéticos. Considerando esto, él concluyó que las impresiones que había tenido durante su estadía en la Unión Soviética no eran válidas.

Einstein era un socialista autoproclamado. En 1949, incluso publicó un ensayo titulado ¿Por qué el socialismo? En él, Einstein escribió, “La anarquía económica de la sociedad capitalista como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal [del sufrimiento humano]…Estoy convencido de que solo hay una manera de eliminar…[este mal], específicamente, mediante el establecimiento de una economía socialista”.

Es impresionante que el científico más brillante del siglo XX, que escapó de la Alemania Nacional Socialista (Hitler llamó a su partido “socialista” por una razón) y se mudó a un EE.UU. capitalista, publicó un ensayo repudiando al capitalismo y haciendo un llamado al socialismo —mientras que Stalin todavía estaba vivo y matando a millones de ciudadanos soviéticos.

Siendo lo suficientemente inteligente como para elaborar la teoría de la relatividad y observar que “la atracción gravitacional entre las masas resulta de la deformación del espacio y del tiempo”, Einstein no podía comprender los beneficios de la producción “anárquica” bajo el capitalismo (“Ud. no necesita tener 23 opciones de desodorantes o 18 pares distintos de zapatos deportivos”, como lo diría Bernie Sanders 66 años después), prefiriendo el socialismo en su lugar.

Es igualmente impresionante que Einstein escribió ¿Por qué el socialismo? mientras vivía en Princeton a fines de la década de 1940 e inicios de la de 1950. De manera que gozó de niveles de lujo y abundancia sin precedente histórico. Aún así, Einstein se quejó del sistema económico que hizo esa prosperidad posible y deseaba el sistema opuesto.

Nuestros cerebros puede que estén predispuestos a ser sospechosos del capitalismo, pero no deberíamos ignorar el rol jugado por el autoengaño en la construcción del camino hacia un retorno al socialismo en el futuro.

Traducción de la carta

Hotel Dnipro, Kiev

Estimados padres,

Estamos en el tren de salida de la Unión Soviética. Es una cosa rara. En los últimos años me he estado volviendo más liberal [Nota editorial: léase, de izquierda]. Había llegado a aceptar al comunismo como simplemente otro sistema. Pero mi estadía en Rusia me ha devuelto al bando ultra-conservador. Ni el derechista más extremo alguna vez ha descrito lo horrible que este país es.

¿Dónde puedo empezar? Quizás con la comida. $1,80 por una naranja aguada. $1 por 3 tomates a los que les están saliendo hongos. Las nueces como las que ustedes nunca han visto (todavía no comprendo como es posible arruinar una nuez) —y no olvidar cuando lean estos precios que un doctor de medicina gana $1.200 al año. La carne y el pescado son totalmente incomibles.

Luego de poco tiempo nos acostumbramos aquello con lo que los rusos subsisten —pan. Esta es la única comida que es comible y barata. El efecto de esta dieta es muy obvio. Los rusos son todos gordos e inflados. Incluso los niños pequeños tienen grandes barrigas y doble papada (esto en un país en el que 40% de la población consiste de granjeros). Incidentalmente el trigo utilizado para el pan es importado de Canadá.

Cuando camina por las calles y ven que usted es un turista (esto lo pueden descifrar inmediatamente por el corte de la ropa, los zapatos o la posesión de uno de los innumerables lujos que distinguen a los turistas —un reloj, una cámara, etc.) ellos los acosan pidiéndole chicle masticable, bolígrafos, etc.

Las casas nuevas que están construyendo ya están cayéndose en pedazos antes de que ser terminadas. Conocimos a un ingeniero de barcos ingleses que está casado con una rusa que es doctora (ella se mudará a Londres en pocos meses). En el departamento en el que ella vive, nueve familias comparten un excusado sin que haya allí lugar para tomar un baño o una ducha. Le preguntamos a él cómo lavaban la ropa y el dijo que no lo hacían —huelen mal.

No solo que las refrigeradoras son desconocidas sino que también son desconocidas las congeladoras. No tienen formas de conservar los alimentos y toman leche agria. Inmensas filas se encuentran en todas partes y toda la gente que uno encuentra es increíblemente lánguida e ineficiente.

Pero la cosa más horrible son las caras de las personas—13 días sin ver una sonrisa, solo caras serias, amargas, con el ceño fruncido y con ojos que miran de manera sospechosa. Las parejas que caminan por la calle van peleándose. La gente jugando damas en el parque también está con el ceño fruncido, al igual que los niños pequeños.

Y no olviden que lo que vimos fue solamente en las ciudades más grandes. Los comunistas destacan —ellos mismos admiten que han “matado de hambre al campo por la ciudad”. Conocimos a turistas que habían atravesado el campo y lo que vieron fue fantástico —ciudades sin electricidad o tuberías. Agricultores utilizando arado de madera y caballos. Familias viviendo en chozas o, si tenían suerte, en carros abandonados de ferrocarriles.

En cuanto a la consciencia de clase y líneas rígidas de clase, de una forma que yo no creía que existían en lugar alguno todavía, no voy a tratar de describirlas en una carta.

Lo que se me seguía ocurriendo es que esto era todo. Los comunistas han estado en control de Rusia por más de medio siglo. La gente ha derramado una cantidad de sangre, sudor y lágrimas que no se puede medir —por esto. Uno de los eslóganes favoritos de los comunistas es que “los fines justifican los medios”. Los medios fueron asesinatos masivos, gigantescos campos de trabajo forzado y un terror constante. Los fines son lo que vimos.

Steven

 

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