Una carta de amor a las grandes empresas

Odiar al gigante empresarial es deporte nacional. Siempre leemos que Walmart explota a los trabajadores, que Amazon acaba con las pymes, que Facebook explota nuestra privacidad… Pero, ¿de verdad son tan malvadas las grandes empresas? Si tanto rechazo suscitan, ¿por qué siguen ganando peso? En mi opinión, el debate está muy emponzoñado y debe ser evaluado con un prisma más optimista. Por eso le he escrito una carta de amor a las grandes empresas. Creo que nos iría mucho mejor si hubiese muchas más y si su aceptación social fuese mayor.

Así de tajante se ha mostrado el célebre economista estadounidense Tyler Cowen en la presentación de su nuevo libro «Big Business. A love letter to an American anti-hero». El ensayo, que salió a la venta el pasado mes de abril, reconoce que «las encuestas de Harvard apuntan que el 51% de los jóvenes americanos le dan la espalda al capitalismo» y admite que «hay muchas voces pidiendo que las grandes empresas enfrenten impuestos más altos y regulaciones más estrictas».

Pero, entre tantas críticas, Cowen se ha lanzado a «hablar en defensa de las grandes empresas», aportando una retahíla de argumentos que ha llamado poderosamente la atención de los lectores, cuyo entusiasmo por el libro ha permitido que Big Business se sitúe entre los títulos de economía más vendidos de las últimas semanas.

«Sin las grandes empresas no tendríamos transporte aéreo intercontinental de bajo precio y alta calidad. La electricidad, la calefacción y la gestión del agua está también en manos de compañías de gran tamaño. Lo mismo ocurre con la tecnología, con la farmacia, con el entretenimiento… Y si esas empresas tienen tanta popularidad es porque ofrecen un buen producto y servicio. Si las compañías chinas de estos mismos sectores fuesen tan productivas como las americanas, su tamaño aumentaría un 50%».

En opinión de Cowen, «buena parte de lo que se dice de las grandes corporaciones carece de fundamento. Pensemos, por ejemplo, en la tesis que sostiene que las finanzas son cada vez más poderosas. Es cierto que su peso sobre el PIB ha pasado del 4% al 8% en los últimos cincuenta años. Sin embargo, «esta comparativa es engañosa, porque las finanzas se ocupan de gestionar la riqueza, no tanto los flujos de nuevos ingresos. Si estudiamos qué porcentaje de activos están en manos de dichas instituciones, comprobamos que asciende al 2%, el mismo nivel que en los años 60».

Cowen, cuyo blog Marginal Revolution niega también que el gasto en cabildeo de las grandes empresas sea un factor relevante a la hora de explicar su crecimiento: «cada año asignan 3,000 millones de dólares, frente a los 200,000 millones que se dejan en publicidad. Todo el gasto corporativo en presionar a Washington es inferior al presupuesto de publicidad de una sola gran empresa. Y, en lo tocante a los procesos electorales, la fuerza está del lado de los donantes con grandes fortunas, más que las grandes empresas».

No tiene sentido, por tanto, culpar a la América corporativa de los males económicos de nuestro tiempo. «Pensemos, por ejemplo, en la cuestión del déficit público. El grueso del gasto se va al Seguro Social y a programas médicos como Medicare, de modo que la brecha presupuestaria se explica principalmente porque  el costo no para de subir en dos ramas del gobierno donde la gestión es casi íntegramente pública», señala.

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