El cuento de hadas socialista

Si los seres humanos fueran unos ángeles, entonces no se necesitaría de gobiernos y la utopía anarquista sería la mejor forma de organización política. Si los seres humanos fueran malvados, los Estados tendrían que funcionar como cárceles, controlando a todas las personas. No es casual que el socialismo, tanto en la concepción teórica marxista, como en la práctica de los países que lo implementaron desde la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas hasta la Cuba y la Venezuela de hoy se parezcan más a una cárcel que a otra cosa. Ser liberal requiere de un grado de confianza en la nobleza del hombre, aunque también reconociendo su propensión a ser injustamente parcial en beneficio propio; en cambio el socialista es necesariamente un pesimista que considera que si no hay un Estado policiaco, los seres humanos se matarán y abusarán entre ellos.

Pero si los hombres son fundamentalmente malos y deben ser controlados y reeducados para formar al “hombre nuevo” de la utopía socialista, entonces surge la interrogante de quiénes serán los gobernantes. Porque a fin de cuentas, los gobernantes también son personas. La solución socialista es suponer que existe un minúsculo grupo de hombres nobles, exentos de intereses personales, absolutamente entregados al bien común, y además de una sabiduría tal que saben precisamente en qué consiste el bien común y pueden llevar a cabo las acciones para lograr lo mejor para la sociedad. Este grupo (un par de centenas tal vez) debe decidir el destino de una nación y controlar la vida de millones de personas.

La historia no es para nada favorable al cuento de hadas socialista. Ninguna otra forma de gobierno ha matado más gente y los países que siguieron la senda socialista (Rusia, China, Corea del Norte, Alemania Oriental, Cuba, por citar algunos) no solo que no prosperaron, sino que retrocedieron económicamente y además destruyeron la libertad y la dignidad de sus habitantes.

Como dijo Winston Churchill: “Nadie pretende que la democracia es perfecta o infalible. De hecho se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno con la excepción de todas las otras formas que se han intentado cada cierto tiempo”. La elección de las autoridades es una condición necesaria para dar legitimidad a un gobierno, pero no suficiente. Hay que seguir perfeccionando mecanismos para que los gobernantes democráticamente elegidos no cometan abusos de poder.

 

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