Aristóteles escribió que “la mayor satisfacción está en hacer el bien o prestar un servicio a los amigos, invitados o compañeros, lo cual sólo es posible cuando una persona posee propiedad privada” (La Política, 1263b5). El socialismo, al eliminar o restringir la propiedad privada, reduce a su mínima expresión la capacidad del ser humano para practicar la solidaridad. Aristóteles entendió esto hace 2,300 años. Y la evidencia de esta afirmación la podemos constatar mirando las instituciones solidarias que se han creado en países capitalistas como Estados Unidos, Suiza o Inglaterra en comparación con países socialistas como Cuba o la ex Unión Soviética. Existen millones de organizaciones no gubernamentales, empresas privadas y personas particulares que gracias a la riqueza generada en sistemas capitalistas realizan fabulosas labores de beneficencia y solidaridad. El sistema capitalista tiene además el mérito de sacar a muchos de la pobreza y crear mucha riqueza, por lo tanto las instituciones de beneficencia en los países capitalistas pueden captar muchos recursos y repartirlos entre relativamente pocos necesitados. El socialismo genera e incrementa la pobreza de una sociedad, haciendo que haya poco que repartir entre muchos comensales.
El defensor del socialismo refutará a Aristóteles afirmando que el Estado socialista se encarga de la solidaridad. Nuevamente no necesitamos más que ver a Cuba o la ex Unión Soviética para comprobar que su solidaridad ha consistido en apoyar a regímenes opresores alrededor del mundo. Ha tenido mucha solidaridad también para con los líderes del régimen que han vivido una vida de lujos mientras sus pueblos se han hundido en la pobreza. Fidel Castro era el dueño de la isla de Cuba así como Stalin era el dueño del país más extenso del mundo.
El socialismo reduce la solidaridad porque cuando todos viven en la miseria material, es más difícil pensar en el prójimo. Reduce la solidaridad porque uno no puede donar lo que no tiene o no le sobra. Desincentiva la solidaridad porque les quita a sus habitantes los medios para practicarla, además de prometerles que el Estado se hará cargo de los necesitados – algo que nunca sucede.
Por otro lado el socialismo necesita crear Estados policiacos, con agentes secretos, soplones y espías tratando de hacer que el hijo venda a su padre y la mujer a su vecina, lo cual difícilmente conduce a un mayor grado de cooperación o solidaridad, sino al contrario, produce desconfianza hacia el prójimo.
Por último, el político–burócrata socialista habla de solidaridad pero no la practica. El burócrata no construye absolutamente nada con dinero propio, sino que le quita a unos mediante impuestos o confiscaciones, para dárselo a otros (no sin antes haberse sacado su comisión). Así es fácil hablar de solidaridad cuando se practica con plata ajena. La solidaridad socialista es por lo tanto una hipocresía.
Si entendemos la solidaridad como una acción voluntaria de personas libres, difícilmente podemos llegar a la conclusión de que el socialismo promueve la solidaridad. Si dejamos de lado los hermosos textos socialistas sobre la solidaridad y miramos la evidencia histórica (una historia de abusos), tampoco podemos concluir que el socialismo promueve la solidaridad.