Imaginemos una población de 10 personas donde cada persona caza y consume un pato al día. Esta sociedad tiene una total igualdad de ingresos. Ahora supongamos que entre dos personas se asocian, dejan de cazar patos pero afilan unas piedras y entre ambos van a visitar al resto de los pobladores uno por uno para amenazarlos con matarlos y obligarlos a entregar medio pato diario. Esta sociedad pasa a tener dos ciudadanos con 4 patos cada uno y ocho ciudadanos con medio pato cada uno; es una sociedad más pobre y más desigual.
Ahora imaginemos un escenario alternativo donde un ciudadano descubre que arando la tierra y sembrando trigo puede tener un pato y un kilo de trigo al día. En este caso la sociedad ha aumentado su riqueza y también su nivel de desigualdad. Sin embargo, nadie ha sido perjudicado con respecto a la situación inicial, nadie ha reducido su consumo o ha sido extorsionado y despojado del fruto de su trabajo. En este caso nadie debería considerar la desigualdad como algo detestable, inmoral o injusto. Al contrario, la innovación poco a poco se propaga y empieza a beneficiar al resto de los ciudadanos que también experimentan una mejora en sus niveles de vida.
Estos ejemplos hipotéticos ilustran de manera sencilla el desarrollo de las sociedades modernas tanto hacia el estancamiento y la pobreza en unos caso como hacia la prosperidad y la riqueza en otros. El primer caso es típico de las tiranías, dictaduras y populismos socialistas donde una élite captura el poder político y lo utiliza para perpetuarse en el poder y enriquecerse. Este tipo de enriquecimiento siempre es de suma cero, es decir, para que alguno gane, otro tiene que perder. La riqueza de los Chávez en Venezuela, de los Castro en Cuba o de las monarquías de Medio Oriente no proviene de la creatividad y el trabajo de sus beneficiarios, sino de su capacidad política para subyugar y expoliar al resto de la población. En cambio la riqueza de Henry Ford o Steve Jobs no provino de robarle a nadie, sino de innovar en productos y procesos de tal manera que millones de personas estuvieron dispuestas a adquirir voluntariamente sus productos. Esto no es una alabanza inequívoca hacia los empresarios. Por ejemplo, Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo ha construido su fortuna utilizando sus conexiones políticas para adjudicarse monopolios.
La desigualdad no es un problema, el problema fundamental está en crear el marco institucional que incentive la innovación y no permita la captura del poder político en manos de unos pocos.