Estamos viviendo en una época dorada de progreso económico. La gente de hoy disfruta de una larga vida, buena salud y un alto nivel de vida que hace unas generaciones era inimaginable. Miles de millones de personas en todo el mundo han escapado de la pobreza. Las cosas que damos por sentado (por ejemplo, los antibióticos, el iPhone, los viajes en avión) les habrían parecido magia a nuestros bisabuelos.
Estas bendiciones no han surgido de la beneficencia de algún buen rey o de una benigna tecnocracia de expertos, sino del esfuerzo individual de gente que, empezando alrededor de la época de la Revolución Americana, han reclamado la libertad económica fundamental para decidir por sí mismos cómo vivir su vida. La verdadera magia del mercado, descrita por Adam Smith y por economistas después de él, es que los individuos, al ejercer la libertad de seguir sus propios objetivos y ambiciones, han hecho posible el rápido desarrollo económico de la sociedad en general.
Tal libertad no está exenta de retos. A la gente le encantan los mayores ingresos y el consumo producido de manera tan predecible por el libre mercado, pero puede tener dificultades con los rápidos ajustes que requiere dicho crecimiento. La verdad es que a los humanos no les gusta mucho el cambio y muchos consideran que los rápidos cambios del libre mercado son desconcertantes. En el mes más reciente para el cual hay datos disponibles (septiembre 2017), más de 1.7 millones de estadounidenses perdieron su empleo. Otros 3.2 millones renunciaron voluntariamente. La buena noticia es que 5.3 millones de personas fueron contratadas en ese mes. Obviamente, la mayor parte de las pérdidas de empleo fueron temporales y, sin duda, en promedio los nuevos trabajos fueron mejores que los anteriores. Aunque es así como nuestra economía crece y progresa, eso no deja de ser un gran trastorno en la vida de la gente.
La función de la sociedad es garantizar que ninguno de nuestros ciudadanos se pierda en esa reestructuración. En una sociedad libre, no faltan las organizaciones del sector privado (iglesias, clubes, organizaciones benéficas e incluso antiguos empleadores) que están listas para ayudar a los necesitados. Puede que también haya un rol para el gobierno, pero es vital que los gobiernos resistan la tentación de frenar la destrucción creativa del progreso económico mediante regulación o medidas proteccionistas. Eso sólo da como resultado estancamiento y empobrecimiento. Vemos en el Índice historias de gobiernos que han tomado esta ruta y los resultados no son nada agradables. Venezuela, país que ha perdido más libertad económica que cualquier otro en la historia del Índice, es sólo el ejemplo más destacado de la ruina económica que viene a continuación de imponer políticas represivas.
El sistema capitalista de libre mercado, cuyo crecimiento está tan bien documentado en el Índice de Libertad Económica, ha brindado a personas de todo el mundo la oportunidad de vivir una vida autogobernada así como la dignidad y la satisfacción que derivan de la capacidad de mantenerse y hacerlo por sus seres queridos.
Miles de millones de personas han escapado de las garras de la tiranía y la servidumbre involuntaria de planes quinquenales dedicados a la gloria de algún gran líder. La marcha de la libertad avanza, sus filas aumentan en Europa del Este, Asia, África, Medio Oriente y América Latina, e incluso aquí en Estados Unidos, donde hay gente que conoce de primera mano las privaciones de sociedades o programas dirigidos por gobiernos que centralizan el poder y la riqueza en manos de unos cuantos. Hoy hay poblaciones en todo el mundo llenas de energía para exigir sus derechos y libertades fundamentales y una oportunidad justa e igual de salir adelante.
No obstante sigue habiendo un largo camino por recorrer. La búsqueda de la libertad es probablemente una lucha que, aunque nunca se gane por completo, debe librarse continuamente. Siempre habrá quienes deseen imponer su voluntad sobre los demás, que deseen progresar en la vida mediante el esfuerzo ajeno y no el propio. Si hay algo que distingue al sistema capitalista de libre mercado, es que cuando funciona bien, niega a autócratas en ciernes el apoyo de un gobierno coercitivo. Aunque pueden seguir adelante con sus maquinaciones, se ven obligados a competir en igualdad de condiciones. Eso le da al hombre común la oportunidad de ascender que no encontrará en ningún otro sistema.
Vivimos una época de cambios extraordinarios. Un mercado libre es un mercado vibrante, lleno de cambios. Naturalmente, así es como logramos el crecimiento económico y el aumento de la productividad. Sólo un sector privado dinámico y emprendedor es capaz de producir el crecimiento y la prosperidad que la gente exige hoy en día. La economía dirigida por el Estado ordenando lo que hay que hacer simplemente no funciona.
Es gratificante ver en los resultados del Índice que la mayoría de países se esfuerza en potenciar la libertad económica de sus ciudadanos. La recesión que hizo retroceder a tantos a principios de este siglo ha terminado. Ahora es el momento de la audacia para crear una nueva dinámica que impulse una reforma aún mayor. Un puntaje promedio mundial de libertad económica de 61.1, aunque sea el mejor que nunca, sólo es “moderadamente libre”. Imagínese un mundo en el que todos los países tuvieran el clima de política pública de Hong Kong, Australia o Suiza. Realmente sería algo digno de ver.
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