El activismo de Martin Luther King

Como líder del movimiento que finalmente acabó con la segregación, Martin Luther King Jr. se sitúa entre figuras de la talla de los Padres Fundadores y Abraham Lincoln, como defensor de los ideales americanos. Su compromiso con los principios de la fundación de Estados Unidos es admirado por todos y se ha ganado el justo reconocimiento de tener un feriado en el calendario nacional.

Sin embargo, existe un elemento de contraste en el pensamiento de King. Aunque nunca abandonó por completo su compromiso con los  principios americanos tradicionales, hacia el final de su vida, King adoptó posiciones que estaban más en línea con progresistas como Franklin Delano Roosevelt y Lyndon Johnson que de Abraham Lincoln o los Fundadores de Estados Unidos. Por ejemplo, King abogaba por amplios programas de redistribución de la riqueza en la lucha contra la pobreza.

A la luz de esta tensión en el pensamiento de King, ¿qué deberíamos hacer con sus enseñanzas políticas y, en última instancia, con su legado?

Peter Myers, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Wisconsin-Eau Claire, cuenta en su libro Martin Luther King, Jr. y el Sueño Americano que la clave para entender correctamente a King es distinguir las dos fases de su activismo.

La primera fase se inició a mediados de la década de 1950 y culminó a mediados de la década de los 60 con la aprobación de la Ley de los Derechos Civiles y la Ley de Derechos Electorales. La fuerza impulsora detrás de esta fase era «el sueño de la igualdad de oportunidades, de los privilegios y de la propiedad ampliamente distribuidos… en un país donde los hombres no sean juzgados por el color de su piel sino por su carácter».

La primera fase del activismo de King estaba firmemente basada en lo que él denominaba «las magníficas palabras de la Constitución y la Declaración de la Independencia«, que aún no se habían materializado plenamente en Estados Unidos.

Es la primera fase del activismo de King, sobre todo su inquebrantable compromiso con la tradición americana de los derechos naturales, lo que lo convirtió en tan ampliamente admirado hoy y que finalmente consolidó su lugar en la historia americana.

Después de la aprobación de la Ley de Derechos Civiles y la Ley de Derechos Electorales, la atención de King pasó de la desigualdad racial y la promoción basada en los derechos naturales a una concepción más amplia de la desigualdad socioeconómica y la moderna noción progresista de reivindicar los derechos positivos. Esto marcó el inicio de la segunda fase del activismo de King, que se prolongó hasta su muerte en 1968.

Lo que animaba a King en esta segunda fase fue captado con precisión por el presidente Lyndon Johnson en 1965 cuando afirmó que «la libertad no es suficiente… Buscamos … no sólo la igualdad como derecho y teoría, sino la igualdad como hecho y resultado».

Tal vez debido al abrumador y rápido éxito de la primera fase, King aplicó el mismo tipo de pensamiento y retórica al objetivo de su segunda fase: la erradicación de la pobreza y la desigualdad socioeconómica en Estados Unidos. Como Myers aclara en su libro, King acabó «inevitablemente desilusionado» en ese respecto.

No es difícil entender por qué. Durante la primera fase, King luchó contra leyes injustas y actos inmorales que privaban a los negros de su dignidad humana y sus derechos naturales. Pero en la segunda fase, la autoridad moral de King es mucho menos clara. Esto se debe a que las causas y los efectos, así como las soluciones, de la desigualdad socioeconómica y la pobreza son mucho más complejos que los asuntos de la primera fase.

Aunque haya tensiones en el pensamiento de Martin Luther King, ello no le resta méritos a su legado de promoción de la libertad, dignidad e igualdad universales. Es una causa por la que finalmente dio su vida. Como Myers señala, «tenemos en cuenta las limitaciones de su razonamiento, pero no para restarle valor, sino para promover sus buenas obras».

 

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