Gates: Que paguen impuestos los robots

Nada menos que Bill Gates se ha apuntado a la idea de que los robots deben pagar impuestos, porque las empresas incorporan tecnología para rebajar sus costes y expandir la producción y los beneficios. El famoso empresario, multimillonario y filántropo, llegó incluso a sostener que los robots deberían pagar fiscalmente más que los trabajadores, y se apuntó a la idea, también muy popular entre la izquierda, de la renta básica para todos.

Dejemos este último punto, que ha analizado y desmontado con eficacia Juan Ramón Rallo. Es sabido que Bill Gates, como muchas otras personas ricas, es partidario de los impuestos y el Estado de Bienestar. Concentrémonos sólo en su argumento fiscal contra los robots.

Lo primero que hay que recordar es que los robots no pagan impuestos, como no los paga ningún objeto. Las personas, físicas y jurídicas, los pagamos. Cabría argüir que sólo las físicas, porque los impuestos sobre las jurídicas acaban incidiendo de alguna forma sobre las físicas. Lo que Gates está proponiendo, entonces, como le apuntó Tim Worstall en la revista Forbes, es aumentar vía impuestos los costes que pagan unas personas jurídicas: las empresas.

¿Por qué y para qué gravar adicionalmente la producción? Si el argumento es que hay que encarecer la producción que hagan los robots porque destruyen empleo, esto no tiene sentido: la tecnología no destruye empleo a escala global, aunque pueda desplazar trabajadores de actividades específicas. Por tanto, no hay razón para castigar a los robots, como apuntó Jeff Bezos, el líder de Amazon. Y si el objetivo de hacerlo es beneficiar a los trabajadores, esto podría hacerse tomando el camino contrario, es decir, bajándoles los impuestos.

Pero, además, el error de Bill Gates, un error muy extendido, es dar por supuesto que las cargas tributarias pueden ser aumentadas sin consecuencias negativas. Esto nunca es así. Independientemente de lo que pueda hacer el Estado con la recaudación del impuesto a los robots, la tributación misma tiene efectos, que no podemos prever con exactitud, pero sobre los que podemos especular. Y no son buenos para los trabajadores, porque el freno al desarrollo tecnológico frena el progreso de la productividad, los salarios y el empleo.

 

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