La filosofía política de Donald Trump

Decía  Ronald Reagan:

Dicen que el mundo se ha hecho demasiado complicado para respuestas simples. Se equivocan.

 

El presidente Donald Trump afirmó en su discurso inaugural que había llegado el día en que, en lugar de meramente transferir el poder de un partido a otro, se devolvía al pueblo. Ni bromeaba ni hacía demagogia. Es la piedra angular de su filosofía política.

Por eso el poder establecido se ha revuelto con tal rabia ante sus actos políticos porque este cambio desde la actual deriva despótica hacia la democracia puede ser letal para los intereses del poder, pudiendo además arrastrar a otros con el ejemplo. Así, los dos primeros años de Trump son años de esperanza. La gente puede esperar, realmente, el cumplimiento de las promesas electorales.

Éstas las hizo Trump el 15 de septiembre de 2016. El candidato visitaba el Empire State Building. En el Economic Club of New York, lo que dijo y los americanos debían recordar, fue lo siguiente:

A esto se parecerá el día de mañana. Voy a rebajar sus impuestos muy, muy sustancialmente. Voy a deshacerme de la inmensa montaña de reglamentaciones innecesarias – esas que molestan a sus empresas y sus existencias. Voy a dejar producir energía americana. Voy a derogar y reemplazar el plan sanitario de Obama. Voy a nombrar jueces del Supremo que cumplan la Constitución. Voy a reconstruir nuestro ejército debilitado y ocuparme de nuestros tan maltratados veteranos. (…). Voy a preservar nuestra Segunda Enmienda que está siendo asediada. Voy a detener la inmigración ilegal y las drogas que entran a mansalva en nuestro país y que envenenan a nuestra juventud y no sólo a ella. (…) Y sí, construiremos el muro. (…) Y voy a renegociar nuestros desastrosos acuerdos comerciales, especialmente el tratado de libre comercio de América del Norte y sólo haremos tratados fabulosos que pongan en primer lugar al trabajador americano (…).

Reconstruiremos nuestras carreteras, nuestros puentes, nuestros túneles, nuestras autopistas, nuestros aeropuertos, escuelas, hospitales. Lo reconstruiremos todo. Los coches americanos serán los que circulen por las carreteras. Los aviones americanos serán los que viajen por el aire. Los barcos americanos vigilarán los mares. El acero americano hará surgir nuevos rascacielos hasta las nubes. Las manos americanas, reconstruirán esta nación y la energía americana – cosechada en fuentes americanas – hará funcionar a esta nación. Los trabajadores americanos serán los que se emplearán para hacer el trabajo. Pondremos nuevo metal y acero americanos en la espina dorsal de esta nación. Los trabajos regresarán, los sueldos aumentarán y nuevas fábricas volverán pronto a nuestras orillas. 

 Haremos a América rica de nuevo, haremos a América fuerte de nuevo. Y haremos a América grande de nuevo. 

 

Y lo que ha hecho, en dos años, es esto.

El 22 de diciembre de 2017, el presidente firmó la ley de rebaja de impuestos. Ya en enero de ese año, el presidente había aprobado el decreto 13.771 de reducción de reglamentaciones y costes reguladores, por el cual cada organismo administrativo debía eliminar dos reglamentos cada vez que apruebe uno nuevo y hacerlo de modo que el coste global sea menor. El PIB americano ha crecido al 3,4% en 2018, regresando a la tasa media de la posguerra. Desempleo por debajo del 4%.

En diciembre de 2018, Estados Unidos exportó más petróleo del que importó por primera vez en los últimos setenta años.

Como el Congreso no logró ponerse de acuerdo en 2017 sobre la derogación de Obamacare y su sustitución por otra norma, el presidente aprobó en octubre de 2017 dos decretos expandiendo el acceso a seguros más baratos y reduciendo las subvenciones que permitían mantener vivo el sistema obamita.

Durante la campaña, el candidato Trump dio otra muestra de la veracidad de sus propuestas en la materia crucial de los posibles jueces del Supremo. Ayudado por la Federalist Society hizo pública en mayo de 2016 la lista de quiénes serían nombrados jueces del Supremo de ser elegido presidente. Tanto Neil Gorsuch como Brett Kavanaugh, los dos jueces nominados hasta el momento, formaban parte de esa lista. Transparencia y compromiso con el votante.

La lista inspirada por la Federalist Society, y dentro de ella por su vicepresidente Leonard Leo, estaba redactada con esa idea de “jueces que cumplan la Constitución”, es decir aquellos de la familia ideológica del fallecido en el periodo electoral Antonin Scalia, los denominados “originalistas” que no consideran a la Constitución una criatura viva que deba ser adaptada a los tiempos, posición favorecida por Obama y demás radicales progresistas, para poder transformar las normas fundamentales al antojo de los poderosos.

El 12 de agosto de 2018 el presidente firmó la Ley Nacional de Autorización de la Defensa, una norma que aprobó un gasto de 716.000 millones dólares con la finalidad de aumentar la tropa, incrementar los sueldos, modernizar el arsenal nuclear y formar la base de la fuerza espacial, una inversión militar sin precedentes que marcaba el primer paso en su idea de convertir la política exterior y de defensa americana en auténticamente disuasoria de conflictos, en la esperanza de no tener que librarlos. De nuevo, un cumplimiento veraz y raudo de sus promesas electorales, la auténtica Doctrina Trump, tan temida y criticada por sus detractores.

Las llamadas enmiendas a la Constitución de Estados Unidos forman parte de la Carta de Derechos que la complementa. La Segunda Enmienda se refiere al derecho a tener y llevar armas. Su razón de ser se fundamenta en la idea liberal presente en la mente de los Padres Fundadores de que los derechos son otorgados por Dios y que sólo corresponde al poder público reconocerlos y respetarlos, no entregarlos graciosamente a los ciudadanos. Estos derechos constituyen la esfera necesaria a los ciudadanos para preservar una existencia libre exenta de influencia o control estatal y para ello deben tener la posibilidad de reclamarlos y exigirlos al Estado sin que este tenga capacidad de imponerlos, inventarlos o restringirlos. Para ello, sigue el argumento, es lógico que sean los ciudadanos los que tengan también los medios para defenderlos, frente a otros, y frente al Estado mismo. De ahí, la posibilidad de llevar armas para hacerlo llegado el caso. El nombramiento de jueces en todas las jerarquías, que Trump ha hecho con profusión, y en la Corte Suprema, garantiza la defensa de esta Enmienda frente al asedio al que aludía.

El asunto del control de las fronteras para impedir la inmigración ilegal y la entrada de drogas en Estados Unidos, donde la sobredosis de drogas y medicamentos asociados es la causa principal de muertes no naturales, fue fundamental en el desarrollo de la campaña. De hecho, los dos gritos más oídos en los mítines de Trump eran Lock her up (Métanla presa) en referencia a la condición de delincuente de la candidata del partido Demócrata pero que no era perseguida ni investigada por su pertenencia al poder establecido e indiscutible, y Build the Wall (Construyan el Muro) respecto a la necesidad de controlar las fronteras frente a la inmigración ilegal.

Lo primero que hizo fue adoptar un reglamento, sobre la base de un proyecto existente en la época de Obama, para prohibir la inmigración de varios países de Medio Oriente afectados por la guerra y el terrorismo. Tal decisión se tomaba ya en el conocimiento de los atentados de 2015 en Francia y el incremento de la criminalidad y las amenazas terroristas sufridas en Alemania y otros países de Europa tras generarse la ola de inmigración más grande desde la II Guerra Mundial en el continente. Tras varios problemas judiciales – derivados más del activismo que del contenido de la norma – causados porque estos países eran mayoritariamente islámicos y porque alguien tuvo la brillante idea de aplicar criterios de no discriminación religiosa a las leyes de extranjería que por definición distinguen nacionales de extranjeros, la norma se aplicó con menores modificaciones.

Pero la gravedad del problema subsistía, pues se trataba de impedir una inasumible presión migratoria – por la magnitud insólita de esta – capaz no solo de poner en peligro a los ciudadanos de Estados Unidos, primera obligación de un mandatario electo, sino incluso el cambio cultural y civilizacional que esto pudiera suponer. Es decir, la transformación, por la mera cantidad del tránsito migratorio, de las sociedades de acogida en las sociedades de “huida”. El argumento es simple, si aquellas sociedades que han generado condiciones políticas, económicas y humanitarias, en algunos casos, que “obligan” a emigrar a Estados Unidos es de suponer que alcanzado cierto orden de magnitud, la sociedad de acogida acabará pareciéndose a la de huida, destruyendo por completo el propósito y la finalidad de la inmigración que es acceder a una vida mejor. Es decir, de lo que se trata es de preservar un ámbito político, una nación, de lo que equivale a una invasión por otros medios que los militares.

Hasta ahora el presidente ha ido construyendo el muro paulatinamente aprovechando leyes separadas, pero la necesidad de cumplir esta medida capital de su programa le ha llevado a pedir en una nueva ley presupuestaria 5.000 millones al Congreso para seguir su construcción. La nueva mayoría del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes que si bien carece de mucho más poder para hacer cosas efectivas sí puede impedir la voluntad de gasto del presidente. Es lo que ha hecho. Como el presidente desea incrementar, dado que le quedan dos años para terminar su mandato, su ritmo de construcción de la barrera de separación ha amenazado con no aprobar ninguna ley de gasto que omita  la financiación del muro. Así que se llegó a una situación de prórroga parcial de los presupuestos que los americanos prefieren calificar de “cierre” del gobierno para otorgarle un tinte más dramático. De nuevo, Trump saca a relucir su piedra angular: la voluntad del pueblo sobre una medida más que anunciada que no puede cumplir. Así demuestra su voluntad de defender la voluntad popular aun si eso cuesta el cierre parcial de la administración. Sus votantes saben una vez más a qué atenerse.

El 30 de noviembre de 2018, los Estados Unidos, Canadá y México firmaron un nuevo acuerdo comercial para sustituir al tratado conocido como NAFTACiertamente este acuerdo deberá ser ahora ratificado por los respectivos parlamentos, pero Trump ha cumplido su parte. Cualquier Congreso que decida negarse a convertirlo en ley deberá retratarse ante el trabajador americano.

Resumiendo, misión cumplida.

Entre los elementos considerados normales en América está el no decir mentiras. En serio. Así, entre las mentiras más castigadas está la de hacer promesas electorales vanas. Proverbial es la frase con el que la izquierda – que hace poco aclamó su figura con tal de empequeñecer la de Trump – crucificó a George Bush Sr., cuando habiendo prometido no subir los impuestos lo hizo para compensar el déficit. En cuanto pretendía hacer algo, se lo recordaban: No new taxes, Mr. President.

El rechazo al engaño es ahora definitivo. El ambiente de los años 60 había maleducado a los babyboomers que hasta entonces habían dirigido América y a su epítome, Obama, que había logrado aupar a la contracultura, y su secuaz la mentira, hasta hacerla parte principal e indiscutible del espacio público. Ya no. La marca de la presidencia de Trump es que lo que dice lo cumple. Porque cree que la verdad es debida al pueblo en elecciones y porque detesta la mentira, conocida actualmente bajo su disfraz denominado corrección política, precisamente por el gusto de la contracultura a esconder la verdad. Por eso ganó las elecciones y por eso es tal amenaza para el poder establecido.

Se atribuye al ingenio de Steve Bannon el archiconocido eslogan de la campaña presidencial de Trump: Hacer América grande de nuevo aunque quien lo inventó, bajo la fórmula de Hagamos América grande de nuevo, fue Ronald Reagan en su exitosa campaña de 1980. Peter Thiel, el afamado fundador de Paypal, que apoyó a Trump en ese sector de Silicon Valley generalmente tan hostil al presidente, hizo una pequeña enmienda a este lema. Argumentaba que lo que Trump deseaba hacer era: hacer América normal de nuevo. Dejar de decir mentiras.

Ésta es la filosofía política de Trump: la normalidad democrática. El poder, al pueblo, al que se debe la verdad. Y este es, precisamente, el escándalo.

 

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