Filibusterismo no es una mala palabra.
Esto puede parecer algo obvio. Pero vale la pena recalcarlo dadas las eternas campañas en el Capitolio para restringir seriamente una práctica diseñada para asegurarse de que la legislación pase por un proceso de debate tranquilo y razonado.
En la visión de los Fundadores, el Senado es como el “platito” que acompaña a la taza mientras la bebida se enfría. De la misma forma se templaría la legislación desarrollada en la candente Cámara de Representantes. Así fue que nació el filibusterismo, para complementar esa función. Después de todo, Estados Unidos es una república constitucional, no una democracia directa. La mayoría no puede simplemente aplanar a la minoría. La minoría también tiene una voz a la hora de darle forma a la legislación. Y en el Senado, esa voz se expresa ocasionalmente a través del filibusterismo.
Como cualquiera que haya visto la película El Sr. Smith va a Washington sabe, el filibusterismo busca ralentizar las cosas, sea un proyecto de ley o un nombramiento. Pero eso no es decir que todos los filibusterismos lleguen a la teatralización por la que tuvo que pasar el actor Jimmy Stewart en la película. Hoy, la mayoría de los filibusterismos son simplemente una declaración de que se objeta una determinada legislación. No hace falta tener sesiones maratonianas de discursos.
¿Será cierto que algunos miembros del Congreso han abusado del filibusterismo de vez en cuando, usándolo principalmente para apalancar su propio poder? Sí, es cierto. Sin embargo, esto ha sucedido en gran parte como reacción a la táctica del líder de la mayoría para “llenar el árbol de enmiendas”. Lo que esto significa fundamentalmente es que el líder se queda con la palabra el tiempo suficiente para ofrecer una serie de enmiendas a un proyecto de ley en particular y así evita que otros senadores le puedan agregar enmiendas. Si está mal abusar del filibusterismo, sin duda llenar el árbol de enmiendas también lo está. Pero no se oye a los senadores progresistas denigrando las condiciones que podrían haber llevado a cierto abuso. Más bien, sólo se oye la mitad de la historia.
“Estos filibusterismos han retrasado las cosas” decía el senador Tom Udall (D-NM). “Han obstruido la capacidad del Senado para hacer su trabajo”. En realidad, el trabajo del Senado es tomar en consideración de forma completa y como es debido las opiniones tanto de la mayoría como de la minoría. Y cuando se bloquea la participación de los senadores – y participar es su derecho según la Constitución – entonces el Senado está fallando en su labor.
Sin embargo, ¿cómo responden los progresistas? Con un paso diseñado para limitar de forma estricta las oportunidades de usar el filibusterismo – para convertir los filibusterismos con discursos interminables de verdad, como en la película, la única forma de que los frustrados senadores ralenticen las cosas e intenten cambiar la legislación. Ese paso es, en el fondo, una forma de amasar poder. Pero, ¿qué pasará si, después de estas siguientes elecciones, el Senado cambia de manos y va de los demócratas a los republicanos o viceversa más adelante? El que la hace, la paga.
Lo que necesitamos realmente es que el Senado retorne a un período de genuino debate y discusión. El filibusterismo es un elemento clave en esto. Ya lo advirtió el senador Chris Dodd (D-CT): “Puedo entender la tentación de cambiar las reglas que hacen del Senado algo tan único – y, al mismo tiempo, tan frustrante. Pero fuere que tal tentación sea motivada por el noble deseo de acelerar el proceso legislativo o por pura conveniencia política, pienso que estos cambios serían imprudentes”.
Pues tiene razón. En un momento en el que la comunicación se da cada vez más usando declaraciones troceadas en los medios y con tuits en las redes sociales, es más importante que nunca entablar debates auténticos y civilizados. Eso significa tomarlo con calma y, sí, retrasar las cosas de vez en cuando. Significa preservar el filibusterismo, no importa cuánto moleste a los que están en el poder.
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