Plebeyizando la opinión

Hay una curiosa moda consistente en considerar que la opinión política –o moral, o religiosa, o de casi cualquier otro tipo– de deportistas, actores, humoristas y cantantes es más digna de ser tenida en cuenta que la de cirujanos, arquitectos, campesinos o marineros. Novedosa modalidad de clasismo que, sin embargo, no arranca ninguna queja de la progresía. No sólo eso, sino que precisamente la progresía, tanto la de izquierda como la de derecha, es la más aficionada a conferir prestigio a sus ideas –más bien a la ausencia de ellas– mediante el apoyo de unos cuantos famosillos que no suelen necesitar ni abrir la boca, pues sólo con su imagen o a lo sumo con un gesto cumplen con su función.

El fenómeno es universal, evidentemente, y ahí está para eterno sonrojo de sus protagonistas la reciente histeria de los faranduleros yanquis contra Trump, incluida la oferta de succión masiva de la celebérrima aunque poco cumplidora Madonna.

Pero, si bien universal, no se trata de un fenómeno eterno, ya que, aunque a alguno le pueda resultar sorprendente, las cosas no siempre funcionaron así. Incluso, al menos en lo que se refiere a Europa, podría ubicarse y fecharse su origen con bastante exactitud: Gran Bretaña, 1962. Porque, aunque evidentemente se podrían rastrear antecedentes aislados en otras épocas y lugares, aquel año la sociedad británica experimentó una transformación muy interesante nacida en el teatro y multiplicada por la televisión.

En noviembre de 2014, en una larga conversación televisada entre Eric Idle y John Cleese, estos dos miembros del famoso conjunto humorístico Monty Python recordaron sus orígenes profesionales y la gran influencia que en ellos tuvo Beyond the Fringe, revista satírica teatral que marcó un antes y un después en la crítica política de su país. Porque hasta aquel momento a nadie se le habría ocurrido burlarse de un gobernante o de cualquier persona respetable, por no hablar de la Familia Real. Se habría considerado intolerablemente irrespetuoso. Pero los jóvenes comediantes de Beyond the Fringe, retoños de la primera generación de posguerra, se reían de todo y de todos, menospreciaban la autoridad en materia política, académica, cultural o religiosa e incluso satirizaban a quienes habían luchado en la Segunda Guerra Mundial.

Según resumió el citado Cleese, la sociedad inglesa cambió radicalmente en seis meses: de estar caracterizada por su «estrechez de miras» a verse metida de lleno en lo que después se ha conocido como los transgresores sesenta. Además, coincidió que en aquel mismo momento aparecieron los Beatles, con sus revolucionarios efectos en la música, la ideología, la moral, los modales e incluso el vestido y el peinado. Y una de las consecuencias más llamativas fue la de que también cambiaron las personas a las que se pedía opinión. Pues hasta entonces los entrevistados en los medios de comunicación por emitir opiniones que interesaban a la gente eran pensadores, profesores, políticos, militares, altos funcionarios del Estado y similares. Pero de repente se les dio la espalda y se empezaron a poner los focos sobre actores y cantantes.

Ha pasado medio siglo y la tendencia no ha hecho sino aumentar, debido sobre todo a la omnipresencia de los medios de comunicación de masas. Y por eso, en todo el mundo, los creadores de opinión y referentes morales son los miembros de las profesiones que durante siglos se encargaron de hacer reír a los demás.

Probablemente se trate de la imparable plebeyización que arrancó en 1789 y cuyas últimas manifestaciones patrias son esas pandillas de oclócratas que se divierten en los escaños a los que han llegado por voluntad de aquellos en quienes reside la soberanía nacional.

© Jesús Laínz

 

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