Zorobabel Rodríguez Benavides vivió durante la segunda mitad del siglo XIX, periodo en el cual se destacó por su diversa e intensa actividad intelectual, siendo recordado como uno de los políticos conservadores más importantes de su época. Es un sitial que comparte con Manuel José Yrarrázaval Larraín, Carlos Walker Martínez y Abdón Cifuentes Espinoza.
Hijo de una familia modesta, nació a mediana distancia de la capital, Santiago. Acorde a la usanza de la época, su vida política comenzó precozmente. En la Universidad de Chile fue alumno del economista liberal Jean Gustave Courcelle-Seneuil, de quien obtuvo la mayor parte de sus conocimientos de economía y que no dejó de transmitir casi a diario en su cargo de editor de dos importantes medios de prensa por casi veinte años. En la misma universidad fue profesor de Arturo Alessandri Palma, quién en la segunda década del siglo XX ocupase el solio presidencial del país.
Pero no solo en la prensa escrita Rodríguez difundió el ideario liberal. También lo hizo en el congreso ya que fue parlamentario entre los años 1870 y 1891. Desde esa tribuna llevó a cabo innumerables campañas en favor de las libertades individuales y en contra del aumento de las injerencias del Estado. Gracias a Zorobabel Rodríguez, su partido, el Conservador, se fue alejando del característico autoritarismo de sus orígenes y se posicionó en el combate por las conquistas liberales, tanto políticas como económicas, llegando durante el presente siglo, a ser considerado como el liberal más ortodoxo económicamente de su época.
Dentro de las grandes batallas que emprendió Rodríguez, la más trascendental fue la que realizó en beneficio de la libertad de enseñanza, la cual no solo propuso, sino que logró que fuese consagrada como un precepto constitucional en el año 1874.
En el congreso, apoyándose en las ideas de autores liberales, en no pocas ocasiones se opuso al actuar del Estado en materia educacional, siempre destacando por su elocuencia. En cierta oportunidad, cuando se discutía una partida presupuestaria para el año 1876, destinada a educación, señaló que, a su juicio: “Hay en este gasto que estamos discutiendo una mala inversión de los caudales públicos, un ataque a la libertad individual y un perjuicio para el país; por consiguiente, creo que lejos de producir un bien, causará males inmensos, siendo por lo tanto más conveniente botar a la calle lo que se invierte”. Y agregó que: “Estas ideas que sostengo no son bebidas en la teología sino tomadas de los más hábiles economistas. Entre los sostenedores de estas ideas figuran hombres tan notables como Adam Smith, Bastiat, Courcelle Seneuil. Todos ellos dejan la enseñanza a los particulares. Yo entiendo así la libertad de enseñanza, creo estar en el buen camino”.
En otro momento, mientras ejercía como Diputado durante el año 1873, sabiendo que el proceso educativo envuelve la transmisión de ideas y apreciaciones del mundo, cuestionaba, de la siguiente manera que a todos los alumnos se les enseñase lo mismo: “Chile ¿es clásico o romántico en Literatura? ¿Es alópata u homeópata en medicina? ¿Hegeliano, cartesiano, materialista, ecléctico en Filosofía? Luego, ¿cómo se quiere sacar por la fuerza a todos los chilenos el dinero para enseñar una teoría?”. Sus ideas fueron complementadas y desarrolladas en extenso en el primer tomo de su libro Miscelánea literaria, política y religiosa, en el cual se puede leer lo que sigue: “El Estado no puede imponer una enseñanza, porque su primer deber es respetar la libertad de los individuos, e imponiendo una cualquiera la violaría; ni puede tampoco fomentar ninguna, porque su misión no consiste en hacer el progreso sino en dejar que los individuos lo hagan, despejando al efecto el camino de las violencias e injusticias que son los únicos estorbos que podrían detenerlo”.
Zorobabel Rodríguez entendía a cabalidad que lo que la educación chilena requería no era que el Estado dejase de proveer servicios educativos, sino que lo necesario era eliminar al Estado del ámbito escolar, ya que la sola existencia de la educación estatal, con sus currículos y todo su andamiaje anexo, vedaba la libre competencia en el sector escolar. En Chile no era posible que concurriese la libertad de enseñanza en atención a que existía la estatal, la cual controlaba a la administrada por los privados. “El Estado no puede proteger una instrucción dada sin inferir perjuicios a otra instrucción, no puede fomentar un colegio sin dejar de peor condición a los demás colegios: la libertad es incompatible con el privilegio”, le señalaba al país desde el parlamento.
Sin temor alguno, no dudaba en señalar el carácter económico de la educación y lo legítimo de obtener ganancias en el ejercicio de la misma. En una sesión de la Cámara de Diputados del año 1875 pronunció las siguientes palabras: “En la vida de la concurrencia mercantil a cuyas leyes no escapan los colegios, sucede lo que en el mundo físico, animal y vegetal, en que perecen los individuos más débiles y de mala organización para ser reemplazados por los más robustos y bien organizados. Lo mismo sucede en el campo de la libertad a los establecimientos de educación que tienen mucho de mercantiles por más que se diga que este carácter o este fin sea desdoroso para los colegios, cosa que yo no acepto, porque no es desdoroso sino honroso todo medio honrado de ganar la vida, y el enseñar es uno de los medios más decorosos y dignos.”
Con gran claridad y valentía Zorobabel Rodríguez Benavides demostró en su época que el Estado docente estaba cegando las iniciativas privadas en educación, imposibilitando que actuasen las fuerzas de la oferta y la demanda, imponiendo una escolaridad que jamás se interesó por averiguar los requerimientos de las personas.
Hoy a más de cien años desde que este político conservador emprendiese su incansable lucha por la libertad de enseñanza, resulta curioso tener que dar la misma batalla, una que vuelva a demostrar que la libertad es la única habilitante para que emerja un sistema escolar de calidad, acorde a las aspiraciones de las familias y respetuoso de la libertad individual.