Si queremos vivir en una sociedad libre no podemos tomar livianamente la idea de la democracia puesto que es un asunto serio que remite al respeto recíproco. Juan González Calderón ha advertido de la degradación de la idea democrática que opera en base a dos ecuaciones falsas: 50% más 1% es igual al 100% y 50% menos el 1% es igual a 0%. Sobre esta falsedad se reclinan muchos de los dictadores que simulan procedimientos democráticos que luego revierten por el manejo indiscriminado de una camarilla minoritaria que se alza con el poder absoluto.
Sobre esos pilares descansan los Hitler. La democracia no se agota en el proceso electoral, su columna vertebral consiste en el respeto a los derechos de las personas. Y cuando aludimos al derecho hacemos referencia a la facultad de usar y disponer de lo propio y no al uso del fruto del trabajo ajeno por medio de la fuerza.
El ejemplo venezolano pone de manifiesto un escándalo de proporciones mayúsculas. Presos políticos, torturas a opositores, persecución a la prensa, elecciones amañadas, escasez de alimentos y de fármacos elementales, adoctrinamiento escolar y universitario, migraciones en masa para huir del régimen, hiperinflación galopante, economía y marcos institucionales destruidos, marchas multitudinarias del descontento con lo que ha venido ocurriendo en los últimos tiempos, corrupciones alarmantes de la casta que pretende mantenerse en el poder, un gobierno ahora sustituido por el Presidente de la Asamblea Nacional en concordancia con la Constitución.
Es de esperar que personajes como Maduro, buen heredero del comandante que inició la debacle, ya no podrá hablar de “la multiplicación de los penes”, ni dirigirse a “los millones y millonas” ni hablar con los pajaritos y demás tropelías inauditas. Afortunadamente la inmensa mayoría de los gobernantes occidentales han rechazado abiertamente al dictador y han reconocido al antes aludido Presidente de la Asamblea Nacional como el gobernante legítimo a contracorriente de un puñado de dirigentes trasnochados que pretenden un diálogo entre víctimas y victimarios. Es de destacar muy especialmente la declaración del Grupo de Lima, la decidida acción de la Organización de Estados Americanos a través de su Secretario General y la misiva de veinte ex Presidentes de la región latinoamericana.
Lamentablemente siempre hubieron otros gobiernos cómplices del terrorismo que han dado apoyo directa o indirectamente a los estridentes patrocinadores del inaudito y reiterativo socialismo rebautizado como “del siglo XXI” con la intención de disfrazar las barrabasadas criminales del socialismo a secas. En La Habana delante del tirano Fidel, Chávez declaró que “Cuba es un bastión de la dignidad humana”… con los fusilamientos, la represión constante, las pocilgas en que se convirtieron los hospitales, el adoctrinamiento en que se convirtió la educación haciendo que se escribiera con lápiz para borrar y usar los mismos cuadernos debido a la escasez de papel y demás latrocinios y persecuciones a cualquier signo de oposición, en el contexto del partido único y la prensa oficial. Maduro continuó y profundizó las obscenidades de su maestro.
Es del caso tener presente lo expresado por el coronel Chávez en la entonces Asamblea Legislativa -recordado con algarabía y beneplácito por Maduro- en cuanto a que “no debe considerarse a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) como guerrilleros terroristas ya que eso es un invento grotesco de Estados Unidos” y que “no son ningún grupo terrorista, son verdaderos ejércitos que ocupan espacios en Colombia, hay que darles reconocimiento, son fuerzas insurgentes que tienen un proyecto político, un proyecto bolivariano que aquí es respetado”, a lo que naturalmente le replicó el ministro del interior colombiano del momento al afirmar que “la calificación de terrorista no es caprichosa sino que deriva de los actos terroristas de las mencionadas bandas criminales”.
Sin duda que la historia venezolana descubre corrupciones y desaguisados ejecutados por varios de los partidos políticos de la era anterior a la irrupción de los tiranos de marras, pero esos problemas no justifican en modo alguno empeorar la situación como ha ocurrido desde el golpe militar de Chávez de 1992 sino, por el contrario, demanda tomar el camino inverso y sanear la República. Esperemos que muy pronto dejemos de presenciar el triste espectáculo de ver las vergonzosas imágenes de los aplaudidores tan o más repugnantes que el aplaudido, una masa amorfa de carne impregnada de servilismo.
A esta altura no podemos saber a ciencia cierta como terminará el episodio que venimos comentando, solo cabe precisar que si se decidiera el levantamiento de las Fuerzas Armadas esto sería un contragolpe puesto que el golpe ya lo propinaron los dictadores al alzarse contra los principios republicanos, con una urgencia aun mayor, por ejemplo, que los contragolpes independentistas que se revelaron en América del Sur y América del Norte contra la usurpación de derechos que impusieron en las colonias respectivamente por parte de la metrópoli española y la corona inglesa.
Es de desear que se adopten las medidas de fondo necesarias para revertir la desesperante situación para lo que se debe estar a la defensiva de no sustituir bajo ningún concepto un dictador de malos modales con uno de mejores modales a través de políticas timoratas que eviten enfrentar los problemas de raíz vía recortes y podas superficiales que dejen intacta la maquinaria estatista. La faena es difícil pero es necesaria, son imprescindibles discursos y hechos firmes en la dirección republicana.
Es del caso tener presente que, como enseña Karl Popper, lo relevante no son los hombres instalados en el aparato estatal sino la calidad de las instituciones que protejan derechos “al efecto de que el gobernante haga el menor daño posible” y que como ha escrito Pierre Lemieux la soberanía no corresponde a una moneda ni a un trozo de tierra ni a un poder político sino que reside en el individuo y que los gobernantes son meros empleados de la gente y a ellos deben rendir cuentas.
Los estatismos suelen comenzar con la idea que los gobiernos pueden proporcionar mayor bienestar redistribuyendo ingresos, pero esto significa volver a distribuir por métodos compulsivos lo que distribuyó voluntaria y pacíficamente la gente en el supermercado y afines con lo que se consume capital y consecuentemente se reducen salarios e ingresos en términos reales. Los estatismos de todos los tiempos se basan en el supuesto arrogante de que los iluminados del momento pueden administrar vidas y haciendas ajenas mejor que los propios interesados.
La tarea en Venezuela de reconstrucción es fenomenal, hacemos votos para que pueda llevarse a cabo con la debida energía y se aparten supuestos comerciantes que en alianza con el poder han explotado miserablemente a sus semejantes y, en lugar de ese adefesio, se permitan mercados abiertos en competencia para que el empresario que sepa atender a su prójimo obtenga ganancias y el que yerra en ese cometido, incurra en quebrantos.
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