Los comunistas merodean por el poder en Chile

En Chile, entre las elecciones presidenciales y legislativas de 2013 y las de 2017 se han producido dos cambios radicales: por un lado, la coalición de centro-izquierda, que reunía a la Democracia Cristiana (PDC) y al Partido Socialista y ha gobernado desde 1989 salvo cuatro años (2009-2013), se ha roto; por otro lado, ha irrumpido un partido comunista chileno, como el Podemos de España,  denominado Frente Amplio.

La segunda vuelta, que se celebrará el 17 de diciembre, enfrentará al candidato de Chile Vamos, Sebastián Piñera, el tercer hombre más rico del país y presidente entre 2009-2013, y al candidato de la izquierda Alejandro Guillier, presentador de televisión y masón, con una experiencia política reducida a cuatro años como senador independiente.

Chile, que en su sistema constitucional y de partidos es más europeo que iberoamericano, tampoco se ha librado de las conmociones que estamos viviendo desde 2015. En las anteriores elecciones presidenciales, las candidatas de los dos bloques que controlaban la política chilena desde que la junta militar cedió el poder en 1989 superaron el 70% en la primera vuelta. El domingo 19, esa suma ha bajado al 59%, con un 36,6% para el primer clasificado, Piñera.

Aunque ha tenido un crecimiento económico y una reducción de la pobreza espectaculares, en lo que sin duda ha influido la seriedad del pueblo y la institucionalidad, Chile lo gobierna una oligarquía, en la que hay renovación de personas, pero no de apellidos.

En la república existen largas dinastías de políticos cuyos miembros, generación tras generación, son presidentes, diputados, alcaldes o senadores: Frei, Alessandri, Allende… Marcela Ríos, del Programa de Gobernabilidad del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, ha hablado de «la concentración de la élite chilena en una ciudad, Santiago, dos universidades, cuatro profesiones, catorce colegios».

El malestar de los chilenos con su dirigencia se ve en las urnas vacías. Desde que en el país el voto es voluntario, la participación es inferior al 50%. En diciembre de 2016, las elecciones municipales registraron una abstención de casi el 65%. En esta primera vuelta de las presidenciales, la participación apenas ha superado el 53% y sido inferior a la de 2013.

Además, la derecha chilena renunció hace tiempo a la batalla cultural, y su oferta al pueblo es poca política y mucha administración. En consecuencia, el discurso dominante en el país es claramente de izquierdas.

La izquierda alimenta a la extrema izquierda

Lo sorprendente es que, a diferencia de en España, al Podemos chileno no lo ha creado la derecha (bueno, el extremo centro), sino la izquierda de la presidenta Michelle Bachelet desde el poder, con su reforma de la ley electoral y su aceptación de la ruptura que predica la extrema izquierda.

Como le pasa al PSOE, la izquierda chilena (Partido Socialista y Partido Radical Socialdemócrata) se deslegitima al aceptar que Pinochet, como Franco, sigue gobernando el país.

A falta de Rey y de IBEX 35, el largo brazo del dictador es en Chile la Constitución de 1980, a pesar de que ésta ha sido modificada varias veces, suprimiéndose muchas de las instituciones y reglas establecidas por la Junta (como los senadores vitalicios y designados, el sistema electoral, el mandato y los poderes del presidente), y de que los socialistas han tenido dos presidentes que han gobernado catorce años.

Recién venida de la ONU –a la que va a regresar cuando concluya su mandato–, Bachelet se presentó a la reelección en 2013 con un proyecto para abrir un proceso constituyente. Y en abril lo desveló: una asamblea constituyente que sortease el procedimiento de reforma que fija la Constitución.

Vencedores y derrotados

El gran vencedor en las elecciones ha sido el Frente Amplio, coalición de izquierdas organizada sobre las protestas estudiantiles de 2011, movidas por el PC y otros grupos. Su candidata, la periodista Beatriz Sánchez, ha obtenido un 20,3%, más 20 diputados. Su programa consiste en feminismo, reforma constitucional y ampliación de derechos.

Junto a Sánchez, otro vencedor es José Antonio Kast, padre de nueve hijos y candidato independiente. Fue diputado de la UDI, partido de derecha, y se ha presentado sin ningún respaldo de los grandes partidos. Su programa, normal en Estados Unidos, Brasil, Perú o Polonia, en Chile –y en la misma España– conmocionó por centrarse en las familias y oponerse al progresismo (no al aborto, ni a la adopción de niños por homosexuales ni a la despenalización de la marihuana). Ha sido el cuarto candidato más votado, con un 8% y 525.000 votos.

El PDC, que era hasta ahora el segundo partido del país, se ha desplomado. Decidió separarse de sus aliados de izquierdas y presentar una candidata propia. ¡Ni el 6% de los votos!

El representante de la izquierda caviar chilena, Marco Antonio Enríquez-Ominami, puede haber llegado al final de su carrera política. Quiere ser presidente como sea. Por eso se unió al PS en 2005 y lo abandonó en 2009, cuando la cúpula socialista decidió apoyar al candidato de la Concertación, el democristiano Eduardo Frei. Entonces se presentó como candidato independiente y sacó un 20%. Desde entonces no ha parado de bajar: en 2013 un 11% y en 2017, un 5,8.

En el Parlamento, donde se cambió el método electoral de mayoritario binominal a proporcional, la coalición de centro-derecha, Chile Vamos, ha obtenido 73 diputados de 155 (para estas elecciones se ha aumentado el número de diputados, que era de 120). Con sólo cinco diputados más, la derecha tendría la mayoría y podría repetir lo que está pasando en Perú, donde el presidente no puede gobernar con un Parlamento controlado por la oposición.

La Democracia Cristiana, que hasta ahora era el segundo partido con mayor bancada, 21 diputados, ha caído a 13. Los socialistas son terceros, con 19. Pero las dos bancadas más amplias corresponden a los dos partidos de centro-derecha: Renovación Nacional, que sube de 19 a 36, y la Unión Demócrata Independiente, de 29 a 31.

El PC chileno continúa su lento ascenso desde que la Concertación aceptase incluirlo en su coalición a partir de 2009: de 3 subió a 6 en las elecciones de 2013 y el domingo saltó a 8.

Piñera necesita a Kast y a la democracia cristiana

¿Puede ganar Piñera? Es difícil, porque ningún candidato en las seis anteriores elecciones presidenciales desde 1989 ha alcanzado la presidencia con un porcentaje tan bajo en la primera vuelta. Pero la fragmentación social, reflejada en la fragmentación política, le beneficia.

Los casi 400.000 votantes de la democristiana Carolina Goic, ¿preferirán un presidente de izquierdas con un programa de extrema izquierda o un presidente que ya demostró en su anterior mandato que con él no volvió el régimen de Pinochet?

Entre el 20% de los votantes del Frente Amplio es seguro que hay que un porcentaje apreciable que, como en España ocurre con Podemos, ha votado a Beatriz Sánchez sólo por dar un palo a la partitocracia o por desahogarse.

Kast ya ha declarado que respalda a Piñera.

Ahora bien, Chile, como España, Alemania o Austria, ha entrado en una fase de inestabilidad política. Se rompen las viejas lealtades y se conmueven las partitocracias gastadas. Una de las consecuencias puede ser la descentralización del país, uno de los más centralizados del continente. Otra, el bloqueo administrativo. Y una tercera, que el Frente Amplio consiga imponer a la izquierda hasta ahora sensata su plan de subversión constitucional, calcado del chavismo.

 

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