Sin quererlo por supuesto, Venezuela está cumpliendo una notable función educativa, aunque impensada: La de demostrar, más allá de toda duda posible, hasta qué punto el modelo del marxismo económico arruina inevitablemente a las naciones. Y hunde a sus pueblos en una irremediable miseria.
Su fracaso en la postergada Cuba, con frecuencia disimulado, es un ejemplo evidente de lo antedicho. A lo que ahora se suma el caso particular de la lastimada Venezuela. Donde contribuye la inoperancia —e incapacidad absoluta para gobernar— de un Nicolás Maduro que ha llevado a Venezuela (el país con las mayores reservas probadas de hidrocarburos del mundo entero) no sólo a la pobreza, sino al borde mismo de la disolución.
Hoy Venezuela convive con una tasa inflacionaria que está ya en camino a un insólito 2.350% anualizada. En ese ambiente de absoluta locura colectiva nada funciona y todo es simplemente un albur permanente para la sufrida gente. Sin ahorro, no hay inversión doméstica en Venezuela. La externa se fue, obviamente espantada, hace muchos años ya. Cual ciénaga, entonces, Venezuela se hunde lenta pero constantemente. En lugar de crecer, se despedaza ante los ojos de todos, en un ambiente donde hasta lo elemental escasea.
Por esto quienes trabajan en Venezuela deben inventar y recurrir a toda suerte de maniobras para poder subsistir. Entre ellos, los castigados criadores de ganado vacuno que están cerca de la frontera con Colombia, que se embarcan en el contrabando. Unas 250,000 cabezas de vacas venezolanas se “escapan” ilegalmente cada año hacia Colombia, donde son precariamente carneadas, generando así un precio de venta real que triplica al precio que, en cambio, se obtiene en Venezuela por la venta de los mismos animales.
Lo mismo ocurre con los huevos, el cobre, los metales en general, los tomates, la nafta y con una infinidad de productos que cruzan constantemente la frontera hacia Colombia, donde se comercializan a espaldas de la ley, de mil distintas maneras y con toda suerte de subterfugios. Incluyendo unos 100,000 barriles diarios de petróleo crudo que cruzan, también ilegalmente, cada día desde Venezuela a Colombia, enriqueciendo inmensamente a los patrones y elementos del crimen organizado.
En Colombia hay ya, viviendo, más de medio millón de venezolanos que escaparon en tropel de su infierno doméstico. En un solo año, la moneda colombiana se revaluó muy fuertemente frente a su similar venezolana, que hoy vale cuarenta veces menos que hace un año, si ella es expresada en pesos colombianos. Situación trágica y desesperante, que no tiene paralelo en todo el mundo.
Las continuas exportaciones ilegales de ganado venezolano a Colombia llevan desgraciadamente consigo la inevitable exportación de la aftosa, enfermedad bovina que es endémica en Venezuela, que no la controla, ni persigue.
La absoluta incompetencia sumada a la corrupción hacen que la producción de petróleo crudo venezolana esté cayendo constantemente. Hoy Venezuela exporta apenas un millón ochocientos mil barriles diarios de crudo. Y esa cifra seguramente continuará disminuyendo, como lo ha estado haciendo desde hace años ya.
El vital sector energético venezolano no sabe lo que es modernización. Ni tampoco mantenimiento. Se ha vuelto obsoleto en muchos rincones, visibles algunos e invisibles otros. Y el proceso ruinoso continúa.
La petrolera estatal, PDVSA está por lo demás, también ella, en incumplimiento en el pago de los vencimientos de su enorme deuda externa. Se estima que ya ha acumulado atrasos que son del orden de los mil trescientos millones de dólares. Sin posibilidades de que esta situación se modifique en el corto plazo.
Todo “hace agua” en Venezuela. Por esto, evadir la ley y contrabandear se ha transformado en actividad habitual para muchos. Esto es, en un salvavidas o en un puente para tratar de sobrevivir en una nación cuya economía luce cada vez más destartalada y, más aún, en vías de seguir destartalándose como si no pudiera salir de lo que, cuanto menos, es un tobogán caótico.