El término nini —ni estudia, ni trabaja— que equivale al acrónimo en inglés NEET —not in employment, education or training— se introdujo en el Reino Unido en 1999 al publicarse el informe Bridging the Gap: New Opportunities for 16-18 Year Olds NEET, de la Unidad de Exclusión Social.
Ese término, que describe con cierto menosprecio a los jóvenes que ni estudian ni trabajan, es una realidad trágica pero no natural sino impuesta a la sociedad.
Grecia sigue ostentando el peor récord de desempleo juvenil de la Unión Europea (UE), con una tasa en torno al 44%. Segundos, los jóvenes españoles, en el ranking de la UE (39%). Por cierto, de Grecia sale una sangrienta fuga de cerebros: unos 250.000 jóvenes cualificados han emigrado en menos de una década.
Como dice Alejandro Cercas, cuando no hay futuro para la juventud la sociedad entera camina hacia la decadencia. No quedará impune marginar a tantas personas con tanto futuro por delante. Los daños afectarán negativamente a la economía, la salud, la demografía, la convivencia, y a la propia democracia.
Según investigaciones de la UE (Eurofound 2012) el desempleo de los nini supuso una pérdida anual de € 153.000 millones, 1.2% del PIB de Europa que sufría un desempleo juvenil del 20%. Las encuestas de Eurostat y del CIS muestran legiones pesimistas sobre su futuro, crecientemente euroescépticas y nutriendo los partidos extremistas y nacionalistas. En las revoluciones árabes de 2010 y 2011, la participación de las generaciones de jóvenes nini ha sido decisiva.
Por cierto, los políticos de la UE intentaron “solucionar” el problema. La Comisión (2009) y el Parlamento (2010) propusieron, entre otras, la Estrategia Europa Juventud 2010-2018, y la Garantía Juvenil Europea que ofrece a los Estados miembros metodología y recursos (€ 8.800 millones) para desarrollarla. Y qué han conseguido. El desempleo entre menores de 25 años, en 2008 era del 12.8% en EE.UU. y 15.9% en la UE (España 24.5%, Grecia 21.9%). Para 2017, en EE.UU. bajó al 9.2% mientras que subió al 16.8% en la UE (38.6% en España, 43.7% en Grecia).
Entretanto, en América Latina -que no goza del “Estado de bienestar” europeo coactivamente impuesto al mercado- en 2016 el desempleo juvenil subió desde el 15.1% en 2015 al 18.3 % en 2016 —los 114 millones de jóvenes— según la OIT. Destacándose Argentina con el 24.6% de desempleo entre los menores de 25 años, el más alto de la región, según Adecco
Ahora, llama la atención que haya tantas personas desocupadas y al mismo tiempo tanto trabajo por hacer: viviendas para personas sin casa propia, hospitales, rutas, etc. Dicen que faltan capitales, lo que no es cierto ya que las casas podrían —eventualmente— construirse a mano sin empresas constructoras capitalizadas. El capital, dice la economía, no crea trabajo, el trabajo está allí, es natural: hay muchísimo para hacer. Lo que hace el capital es aumentar la productividad: compra una máquina que realiza el trabajo con más rapidez y eficacia, lo que lleva a un aumento del poder adquisitivo de las personas.
Entonces, si naturalmente hay tanto trabajo —y no es necesario el capital— alguien está impidiendo que la gente trabaje: los políticos, con sus impuestos y leyes laborales coactivamente establecidas. Ya que, por ejemplo, al cobrar impuestos encarecen el trabajo y, por lo tanto, o no se realiza, o se hace en “negro” por fuera de la ley.
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