Hace falta crear un «discurso popular» alternativo al del iquierdismo. Aquí exponemos cuatro técnicas a nuestro criterio útiles para derrotar a la progresía no mediante la crítica, sino a través de la utilización práctica de sus mismas armas:
1. Jamás emplee la terminología progre, ni tan siquiera para ridiculizarla: La batalla de la semántica es clave y es un campo en el que jamás ha existido oposición. Muchos de nosotros, pretendiendo ridiculizar las expresiones y la neolengua progresista, no hacemos más que ayudar a que dicha terminología acabe por calar en la sociedad. Cada vez que empleamos una expresión salida de la fábrica de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, estamos colaborando al arraigo de la misma. Muchos periodistas se ríen y tratan de ponerlos en evidencia cuando feminizan masculinos genéricos («compañeros y compañeras»), sin ser conscientes de que cada vez que se pronuncian esos palabros se está colaborando con el enemigo, haciendo que los miles de radioyentes o lectores interioricen involuntariamente dicho vocabulario y lo repitan en sus conversaciones habituales, ayudando a propagar su uso y la carga de profundidad ideológica que acarrean. Por lo tanto, lo primero que hay que hacer es negarse a emplear el vocabulario progresista, ni tan siquiera para ridiculizarlos.
2. Cree un diccionario alternativo, una terminología propia para referirse a determinados fenómenos: Céntrese en una serie de expresiones y empléelas de forma reiterada y sin complejos. Ejemplos de lo anterior podrían ser endeudicidio, palabra que asocia la deuda pública con un homicidio social; ensañamiento fiscalpara referirse a la presión fiscal; violencia pasional para referirse a los crímenes que se producen dentro de las relaciones de pareja, término más atinado y despojado de la dialéctica de lucha de sexos de la expresión habitualmente empleada (que en aplicación de lo expuesto en el primer punto de este artículo no vamos ni a nombrar). Las palabras, como bien sabe la izquierda, ayudan a transmitir una visión positiva o negativa –según el caso– del concepto al que queramos referirnos.
3. Aprópiese de palabras fetiche: Una técnica muy habitual por parte de la izquierda, es vaciar de contenido las palabras y dotarlas de otro totalmente diferente, para que ya no signifiquen lo que deberían, sino conceptos ideológica y deliberadamente alterados. Por este procedimiento, palabras asociadas a conceptos positivos son utilizadas para definir realidades totalmente distintas a su significado primigenio. [Lea sobre el caso de la palabra liberal en Estados Unidos y cómo F.D. Roosevelt le cambió el significado]. Luchemos por apropiarnos de palabras fetiche y darles otro significado. Un caso paradigmático es la palabra democracia, que en boca de un comunista llega a amparar la dictadura del proletariado. Pues bien, no permitamos que en la palabra democracia quepa el concepto de dictadura neocomunista y que sea monopolizada por la izquierda. Empleemos la palabra democracia para definir conceptos liberales. Por ejemplo, en vez de hablar de privatizar servicios públicos, hablemos de democratizar la sanidad y la educación, es decir, de conferir a las personas el derecho a elegir el modelo y el proveedor médico o educativo que cada cual quiera.
4. Combinación interesada de palabras: La elección del adjetivo que acompaña al sustantivo es en muchos casos esencial, pues al adjetivarla, se dota a la palabra de una valoración interesada. Utilizar sistemáticamente una combinación de palabras que altere el significado inicial de las mismas, dota de una sibilina carga ideológica al mensaje en el que están incluidas. Un ejemplo muy claro es la palabra «público», que asociada a los servicios prestados por el Estado les confiere una percepción positiva en la sociedad. Bajo esta misma regla, se pueden asociar dichos servicios a una palabra o concepto que no goce de buena reputación social. Una posible alternativa sería la de referirse a dichos servicios como «servicios gubernamentales», dado que el gobierno no suele gozar de unos altos niveles de aprecio social. De esta manera, se contagia a los servicios prestados por la administración de la carga negativa asociada al gobierno.
En resumen, tengamos en cuenta que las ideas se transmiten a través de las palabras, de las cuales no se pueden disociar. Por ello es fundamental dar la batalla semántica: evitando el uso de la terminología progre, creando un «diccionario» alternativo, apropiándonos de palabras fetiche en nuestro provecho y adjetivando de manera inteligente las palabras. Porque como decía el conocido héroe cinematográfico americano, Rambo: «para sobrevivir la guerra, tienes que convertirte en la guerra».
© El Club de los Viernes