Dos visiones encontradas y el reto institucional

La inesperada victoria de Donald J. Trump en el ciclo electoral presidencial de 2016 levanta muchas interrogantes sobre nuestro sistema institucional republicano de gobierno. Estas interrogantes surgen a raíz de la retórica que el presidente usó constantemente durante la campaña y que fue un factor en su victoria. Su “America primero” enfatizando la importancia de los principios en los que se basa la fundación de la nación fue vital para su victoria. A eso hay que sumarle la retórica de su ataque constante al denominado establishment de Washington D.C., que también se conoce como las élites que nos gobiernan, por haberse alejado de esos principios fundacionales.

Creo firmemente que el establishment es incapaz de representar o incluso resolver los problemas de la ciudadanía. Es importante señalar que el uso de esta retórica anti-establishment no es nueva; por el contrario, es constantemente utilizada. Sin embargo, con la llegada al poder de Trump es de supremo interés enfatizar la importancia de nuestras instituciones brillantemente creadas por los Padres Fundadores para proteger los derechos naturales y la libertad ordenada de todos los americanos.

Unos de los aspectos más importantes del pensamiento político conservador es la teoría de las instituciones. Para el conservador las instituciones son importantes dado su carácter histórico-cultural, pero más importante aún es su contribución al mantenimiento del orden. Por eso siempre reacciono con cautela cuando políticos de izquierda y derecha utilizan retórica atacando las instituciones en Washington como parte del establishment o buscan cambios radicales que se alejan de la fundación. Aquí surge el reto sobre cómo funcionarán las instituciones de nuestro gobierno en la era Trump. Hay quienes piensan en la izquierda y la derecha que las instituciones de la república no serán eficaces con Trump como presidente. Pero esto se debe al giro progresista de nuestras instituciones desde hace 125 años.

Para los progresistas, como toda filosofía de izquierda, la preocupación más importante es la justicia. El debate sobre la justicia es uno de los más importantes en la filosofía. La justicia en sí se puede categorizar de tres formas. Primero cómo tener una persona justa, para la izquierda esto es una persona que ha logrado alcanzar el máximo de sus capacidades. Segundo para lograr este tipo de persona, se necesita la acción justa, lo cual significa acción gubernamental. Tercero y último para implementar una acción justa para tener una persona justa, se necesita una institución justa que serían las que faciliten que el ser humano logre su máxima capacidad.

Es importante entender este concepto de justicia a través de la perspectiva progresista para poder analizar por qué nuestras debilitadas instituciones por años de políticas progresistas tienen este reto. Los Padres Fundadores creían que el ser humano era imperfecto y que la forma de limar las aristas de esa imperfección innata era a través de un gobierno que limitara el poder. Por consiguiente crearon instituciones basándose en esa idea.

Para el progresismo, la visión de los Padres Fundadores sobre la condición humana y las instituciones creadas en base a esa visión se ha quedado anticuada. Están convencidos de que la humanidad ha progresado lo suficiente como para transformar el rol del gobierno para que se convierta en efectivo respondiendo a los deseos de la población. Las instituciones de los Padres Fundadores, creadas para protegernos de las pasiones del momento, se ven como obstáculos para una izquierda decidida a complacer los deseos de la población – y obtener así sus votos que los mantenga en el poder.

Basándose en esos principios progresistas toda institución que no permita o sea un obstáculo en esa dirección debe ser eliminada o cambiada. Para lograr esos cambios, los progresistas han utilizado la expansión de los servicios públicos aunque tengan costos astronómicos, el método de la democracia directa como la elección de senadores, referéndums, etc… Además han utilizado el poder presidencial para implementar política pública y los pasados ocho años de Obama son un claro ejemplo. También han cambiado las reglas de procedimiento legislativo para servir a sus fines. Un claro ejemplo de ello fue cómo en el Senado, bajo la égida del demócrata Harry Reid, se eliminó de un plumazo la práctica del filibusterismo para las nominaciones, ya que eso facilitaba el rodillo demócrata.

Esta visión de tintes colectivistas va en contra del espíritu individualista arraigado en el ethos americano y en el que se basan las instituciones de nuestro sistema limitado de gobierno. No se puede pedir peras al olmo. Esta mezcla de conceptos ha hecho mucho daño a la república. Algunos en la derecha política también han seguido esta línea en pro de implementar política pública. Bajo la errada hipótesis de que la eficiencia del gobierno se mide por cuantas más leyes se aprueben e implementen, nos están empujando al precipicio. Es importante recobrar ese sentido de defensa de nuestras instituciones con la visión fundacional por ser importantes salvaguardas de nuestros derechos naturales y libertad ordenada.

Muchos americanos, al ver todo esto, votaron por Donald Trump. El tiempo nos dirá si tenían razón en poner su fe en el “América primero” del nuevo presidente.

 

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