Cuando el senador Ted Cruz preguntó la semana pasada a Mark Zuckerberg por el sesgo político de Facebook durante la comparecencia del empresario en el Senado, estaba dando voz a las preocupaciones de buena parte de la derecha en buena parte del mundo al ver cómo plataformas de alcance global como Facebook, Twitter o YouTube se están usando cada vez con mayor frecuencia para dar un impulso al pensamiento único progresista y para ocultar y censurar la disidencia. Y aunque por el momento el problema se esté centrando sobre todo en Estados Unidos, Facebook ya fue acusada de haber censurado dentro de su plataforma noticias de medios de derechas y ha bloqueado numerosas páginas de asociaciones y hasta periodistas que no se sometían a la visión política prevalente en Silicon Valley que, como reconoce el propio Zuckerberg, es «extremadamente» de izquierdas.
Con la excusa de luchar contra las fake news (noticias fabricadas) ha decidido colaborar con una serie de sitios web y secciones de grandes medios dedicadas a luchar contra las mentiras pero que también tienden políticamente hacia el mismo lado, de modo que, por decirlo suavemente, son bastante más duros con ciertos bulos que con ciertos otros. Es más, con todo el escándalo de Cambridge Analytica hemos sabido que la compañía ayudó a la campaña de Obama de 2012 porque «estaban de su parte». Aún lo están.
El último escándalo al que se ha tenido que enfrentar ha sido la censura ejercida por la plataforma contra un dúo de hermanas que usan el nombre de Diamond & Silk y que tienen la peculiaridad de ser negras y apoyar a Trump, una supuesta contradicción para el progre medio americano. La excusa, que el contenido que producían era «inseguro para la comunidad». O lo que es lo mismo: sabemos que no podemos acusaros de nada concreto pero no queremos que usen Facebook para ofrecer un mensaje que detestamos. Y es que la empresa de Zuckerberg ha contratado entre 15,000 y 20,000 policías del pensamiento que se encargan de eliminar de la plataforma contenidos considerados inapropiados. Teniendo en cuenta que la empresa está situada en la progre California, ya podemos imaginar que los pocos conservadores que tengan ese trabajo se cuidarán muy mucho de callarse sus ideas si quieren conservar su empleo.
El caso es que Facebook no es ni mucho menos el peor de la pandilla tecnológica. Hace unos días, el mandamás de Twitter, Jack Dorsey, compartió en su red social y calificó de «buena lectura» un artículo que abogaba por la imposición de una suerte de democracia de partido único en la que sólo la izquierda pudiera gobernar, proponiendo a California como modelo. Sí, ese estado ahogado en deudas y con el mayor porcentaje de sintecho de todo el país. El artículo había sido publicado en Medium, una plataforma que también exhibe un sesgo político evidente, y promocionado por Ev Williams, su consejero delegado y también cofundador de Twitter. Esa imposición de un único pensamiento ha sido ejercida sin piedad en la plataforma, donde recientemente un activista de izquierdas amenazó de muerte a un congresista republicano: el tipo fue detenido por la Policía, pero aún estamos esperando a que Twitter retire las amenazas de su red social. Mientras, la expulsión de pensadores, periodistas y activistas de derechas se ha convertido en rutina por pecados infinitamente menores; basta con ser denunciados por suficientes sectarios. Y en ocasiones no hace falta ni llegar a eso; la plataforma ha convertido en arte la práctica del shadow-banning, que consiste en permitirte utilizar la red social pero limitando hasta casi hacer desaparecer lo que escribes: el último afectado de una larga lista ha sido precisamente el senador Ted Cruz. Sí, un senador de Estados Unidos.
Google también ejerce esta censura selectiva, no tanto a través de su buscador –que también–, sino sobre todo en su plataforma de video YouTube. Dennis Prager presentó sin éxito una demanda por restringir la visualización de sus vídeos con la excusa de que eran «inapropiados» para menores, porque sin duda exponer de forma clara y didáctica ideas políticas contrarias a la izquierda es de lo más inapropiado para la izquierda. Twitter también ha convertido en rutina el cierre de cuentas –hace como año y medio lo hizo con la de Jordan Peterson, por ejemplo– o la demonetización, obligando a algunos de los personajes que más han hecho por la plataforma, como Dave Rubin, a buscar patrocinios para sobrevivir.
Ciertamente, a la hora de manipular la información e influir en la opinión pública, pueden conseguir algo que sólo está al alcance de las grandes compañías de internet: la lenta pero segura imposición del pensamiento único mediante la supresión de las voces alternativas. Twitter, YouTube y Facebook no pueden eliminarlas por completo chasqueando los dedos, porque seguimos siendo muchos. Pero sí pueden discriminarlas para que tengan que perder energías teniendo que caminar siempre cuesta arriba, mientras los ferreritos de la red disfrutan de todas las ventajas que la tecnología les ofrece. Y con un campo de juego tan poco equilibrado estamos viendo ya cómo en Estados Unidos el discurso considerado aceptable cada vez se va restringiendo más, y siempre en la misma dirección.
Personalmente no soy muy amigo de regular nada, porque al fin y al cabo el gato es suyo y deben poder hacer con él lo que quieran. Pero dado que en Estados Unidos sí parecen estar por la labor, quizá más importante que limitarlas en nombre de la privacidad sería imponer un principio de no discriminación por motivos ideológicos, bajo amenaza de tratarlos legalmente como medios de comunicación, responsables a todos los efectos de lo que publican, y no en plataformas neutrales que delegan en los usuarios que aportan contenidos la responsabilidad sobre los mismos. Naturalmente, se escudarán en que no discriminan, sino que eliminan los delitos de odio. Ya, claro. El problema es que, al igual que Amnistía Internacional en su más reciente campaña «por la libertad de expresión», no conciben que ese concepto pueda incluir jamás a la extrema izquierda. La hemiplejía moral ha llegado a los grandes de internet y está aquí para quedarse.