En estos tiempos de redes sociales y noticias falseadas o fake news, el Partido Demócrata de Estados Unidos ha aprovechado las circunstancias para cambiar de vestiduras e inclinarse cada vez más hacia una corriente ideológica crecientemente socialista con la cual endulzan los oídos de nuevas generaciones de votantes prometiendo más ayudas y subvenciones del gobierno. Porque la promesa socialista es innegablemente dulce y atractiva para el que recibe las dádivas, pero no para el que las paga.
En los últimos años esta ofensiva del partido azul ha ido demasiado lejos. Los demócratas están enfrascados en una batalla no sólo contra los valores tradicionales del pueblo americano, sino contra sus propios logros constitucionales, a tal punto que hoy, sus militantes insisten en mantras como el secuestro de la Primera Enmienda siempre a su favor, la derogación de la Segunda Enmienda y la eliminación del Colegio Electoral para con ello establecer un sistema de votación directa por mayoría popular, que garantice su perpetuidad en el poder político de esta nación, olvidando así que Estados Unidos es una república y no una democracia.
Hoy el discurso político de un demócrata se distancia cada vez más de las conquistas de igualdad de oportunidades de antaño. Los nuevos demócratas que llegan al Senado, a la Cámara de Representantes, o a la presidencia misma del Comité Nacional Demócrata, como es el caso del sindicalista socialista Tom Perez, han adoptado un discurso abiertamente socialista exigiendo justicia social, gratuidad de la atención médica y la educación así como el salario mínimo mas allá de los $15, entre otras cosas. Para pagar estas extravagancias —porque alguien las tiene que pagar— adoptan la teoría de Robin Hood de quitarle más a los ricos para repartir a los pobres. Pero no hay forma de que cuadren los números: Aunque les quitaran todo a los ricos, no alcanzaría para cubrir el costo de lo que ofrecen. Ni extendiendo la confiscación a la clase media con el aumento excesivo y asfixiante de los impuestos lograrían cubrir el gasto de sus promesas.
Una reciente encuesta de Gallup indica que antes de la era Obama, el 56% de los electores demócratas consideraban al capitalismo de manera positiva y como una fuente de oportunidades para todos. Sin embargo, la cifra bajó notablemente en la actualidad: Más del 57% de ese universo ahora considera que el socialismo es positivo o muy positivo para nuestra nación. Y ni hablar de la generación más joven, que es abiertamente socialista, como lo revela más de un estudio, en gran parte gracias a la educación marxista que reciben en colegios y universidades.
La casa encuestadora opina que esta tendencia ha sido clave en los niveles de aceptación del excandidato a la presidencia, el socialista Bernie Sanders, y de otros carismáticos candidatos abiertamente socialistas como Alexandria Ocasio Cortez, que se ha convertido en una piedra en el zapato para la bancada demócrata en la Cámara de Representantes liderada por Nancy Pelosi porque empuja al partido aún más a la izquierda.
El caso de Ocasio Cortez, muestra que la ideología socialista está ganando adeptos y se erige como un peligro para el demócrata moderado. No importan sus garrafales errores en economía, política o falacias noticiosas, la prensa complaciente la protege. Lo que importa es su sonrisa encantadora, su avasalladora desfachatez y las idílicas promesas de campaña como salud y educación gratuitas, fronteras abiertas así como el desmantelamiento absoluto de la generación energética tradicional por una absolutamente ecológica, que en realidad destruiría la economía. Bien dice el dicho que la ignorancia es atrevida.
La nueva ideología demócrata es fruto de los movimientos de la contracultura y el activismo y agitación social en las décadas de los 1960 y 1970, codificada por el comunista Saul Alinsky, que gradualmente fue generando destacadas figuras representativas como el expresidente Barack Obama y Hillary Clinton (que hizo su tesis doctoral sobre el pensamiento alinskista). Es la teoría propagandista de extrema izquierda disfrazada de democracia que promete el paraíso en la tierra mediante el socialismo pero omite, con toda intención, de qué manera podría imponerse.
Los que han vivido bajo el yugo de ese sistema social saben por experiencia que esa ideología no produce riqueza y mucho menos prosperidad. Simplemente reparte la la pobreza desde el mismo momento que se anula gradualmente la individualidad, los derechos humanos básicos y sobre todo la aniquilación de las constituciones nacionales por híbridos que convierten a las sociedades democráticas en absolutas tiranías. El penúltimo ejemplo de ello es la pobre Venezuela.
Cabe preguntarse, ¿por qué pensar que no podría suceder en Estados Unidos? Si bien aún es difícil porque todavía existe una América conservadora que llaman mayoría silenciosa y que en las elecciones del 2016 cambió radicalmente el panorama político con la derrota de la candidata Hillary Clinton. Pero, cuidado, tampoco es imposible. El Estado administrativo sigue avanzando sigilosamente en su tarea de sustituir los principios fundacionales de la nación americana.
El problema que se le viene encima al Partido Demócrata tiene que ver con las elecciones presidenciales del 2020 porque habrá una lucha encarnizada en las primarias entre candidatos de corte moderado tradicional y la nueva ola socialista que ha secuestrado gran parte de ese partido. Ya se han lanzado al ruedo tres candidatos — y los que faltan. Este verano va a ser calentito.