Hagamos un alto en el camino para celebrar el 50º aniversario de una misión que alguna vez parecía imposible: La llegada del hombre a la luna.
Proclamemos, sin ruborizarnos, que Estados Unidos, y sólo Estados Unidos, tenía el liderazgo, la comunidad científica y los recursos necesarios para hacer posible que el astronauta del Apolo XI, Neil Armstrong, diera ese salto gigante para la humanidad.
Admitamos con toda libertad que nos hizo falta una buena patada para arrancar. Eso tuvo lugar cuando la Unión Soviética puso en órbita el primer satélite conocido como Sputnik y sobrepasó a Estados Unidos en la carrera espacial. La Guerra Fría estaba al rojo vivo y todo se medía en cómo afectaba a ese conflicto global.
Como escribió un comentarista: «Estados Unidos no podía permitirse que le hicieran un feo a su pericia técnica y fortaleza económica».
En un impresionante discurso pronunciado en mayo de 1961, el presidente John F. Kennedy encargó a la NASA el objetivo de «poner a un hombre en la luna y devolverlo a salvo a la Tierra» y lograrlo antes del final de esa década. Al año siguiente, Kennedy subió el listón del programa Apolo al denominar el espacio como «una nueva frontera» y declarar que: «Elegimos ir a la luna, no porque sea fácil sino porque es difícil».
Fue mucho más que difícil, requiriendo la habilidad y dedicación de 32 astronautas, entre ellos Gus Grissom, Ed White y Roger B. Chaffee, que murieron en un trágico accidente en 1967, $25,000 millones en fondos federales (aproximadamente $115,000 millones en dólares actuales) y el compromiso cotidiano de 400,000 trabajadores, militares y civiles, del programa espacial.
En una de esas ironías de la vida, Estados Unidos recibió ayuda crucial de un científico aeroespacial alemán, Wernher von Braun, que diseñó los cohetes V-2 que cayeron sobre Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial.
Von Braun se estableció en Estados Unidos y se convirtió en ciudadano americano. Él y su equipo americano construyeron un cohete americano, el Saturno, capaz de llevar a cabo una misión de alunizaje, mientras que los soviéticos no pudieron.
El Sputnik de Rusia fue un camino de rosas en comparación con la misión sin precedentes del alunizaje del Apolo XI.
«Considero que un viaje de ida y vuelta a la luna» decía Michael Collins, el tercer miembro de la tripulación del Apolo XI, «es una larga y muy frágil cadena de sucesos». Veintitrés cosas cruciales tenían que suceder «perfectamente” según recuerda la ingeniera JoAnn Morgan en el Centro Espacial Kennedy.
Desde el principio, la misión lunar tuvo apoyo bipartito en el Congreso, aunque algunos miembros argumentaban que el programa espacial civil podría debilitar el respaldo al presupuesto militar.
Cuando Kennedy fue asesinado en noviembre de 1963, su sucesor, Lyndon B. Johnson, inmediatamente hizo de la misión Apolo una prioridad y la transformó en un homenaje a Kennedy que cautivó a los americanos.
Cuando Neil Armstrong dio su primer paso en la superficie lunar el 20 de julio de 1969, transmitido por televisión en vivo a una audiencia mundial de aproximadamente 600 millones de personas, lo supo describir de forma memorable: «Un pequeño paso para un hombre, un salto gigante para la humanidad». Apenas había terminado de hablar y dar la bienvenida a su compañero, el astronauta Buzz Aldrin, a la superficie lunar cuando el presidente Richard Nixon los contactó por teléfono desde la Casa Blanca.
Nixon hizo hincapié en el orgullo universal por el logro de los astronautas: «Por un momento impagable en toda la historia de la humanidad, todas las personas de esta Tierra son verdaderamente una: una en su orgullo por lo que Uds. han hecho y una en nuestras oraciones para que regresen sanos y salvos a la Tierra».
El pueblo americano recibió el vuelo histórico con extraordinaria efusión de orgullo y patriotismo. La década de 1960 había sido una década trágica, marcada por el asesinato del presidente Kennedy, los asesinatos del Reverendo Martin Luther King Jr. y del senador Robert Kennedy, el atolladero conocido como la Guerra de Vietnam, los disturbios raciales y las manifestaciones masivas contra la guerra.
Por fin, los americanos tenían algo de qué alegrarse. Sólo una nación excepcional como Estados Unidos podía haber concebido, planeado y ejecutado con éxito el alunizaje y el regreso seguro de los tres tripulantes del Apolo XI.
Las celebraciones por el éxito de la misión comenzaron con un banquete en California organizado por el presidente Nixon y el gobernador de California Ronald Reagan, quien recordó haber pensado que los hombres y mujeres de la NASA habían cambiado para siempre «nuestro concepto del universo». Quince años después, el presidente Reagan volvería a tocar el tema en una ceremonia en la Casa Blanca celebrando el aniversario del alunizaje del Apolo XI.
Reagan dijo que: «El programa Apolo fue un logro noble de la mente, el corazón y el espíritu, así como el programa más ambicioso y complejo jamás realizado en tiempos de paz».
Sobre los astronautas, dijo Reagan: «Nuestros astronautas lograron con su discreta confianza, excelente profesionalismo y fortaleza interior levantar nuestra sensibilidad, nuestro espíritu y nuestro sentido de buena voluntad».
Aunque Apolo fue un proyecto de paz, tuvo un profundo efecto en la Guerra Fría. En 1970, unos meses después del viaje a la luna, el disidente soviético y premio Nobel Andrei Sakharov escribió en una carta abierta al Kremlin que la capacidad de Estados Unidos para poner a un hombre en la luna demostraba la superioridad de una democracia.
El hecho de que el Kremlin estuviera de acuerdo con Sakharov se pudo ver en la rápida aceptación de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) como algo que Estados Unidos tenía la capacidad técnica y los medios económicos para lanzar.
En palabras del geólogo lunar Paul Spudis: “Aquí está el legado de Apolo: Estados Unidos puede superar cualquier reto tecnológico que asuma”. Eso incluye cosas cotidianas como alimentos liofilizados, velcro, lentes con recubrimientos resistentes a los arañazos y las plantillas que hacen que las zapatillas sean más cómodas.
Los astronautas del Apolo fueron donde nadie había ido antes e hicieron lo que nadie había hecho antes, cambiando para siempre, como dijo Reagan, nuestro concepto del universo.
¿Es un hombre en Marte el próximo salto? ¿Por qué no? Después de todo, somos americanos.
© Heritage.org (Versión en inglés) | © Libertad.org (Versión en español)
No dejes de ver este video que explica el viaje a la luna, narrado por Michael Collins, uno de los 3 astronautas del Apolo XI, y escoge los subtítulos en español.