El post-mortem de las elecciones francesas y sus terribles consecuencias

1. La era post-democrática

En nombre de la democracia liberal, los poderes que sostienen la Unión Europea –los burocratismos estatales y de las grandes empresas, los medios de comunicación y la mal llamada cultura, que vive subvencionada–  han llevado al poder al desconocido Emmanuel Macron con una estructura partidista nueva, que supone la definitiva asunción del carácter divisivo de la Unión Europea. La pretendida unión se afirma cada vez más como un proyecto de unos contra otros, a los que se excluye sin remilgos por personas aparentemente muy finas.

Los poderes establecidos, en el que cobran carácter determinante los partidos políticos de orientaciones denominadas «progresistas» se han conjurado para mantener sus privilegios en contra de la civilización europea a la que fingen defender. Primero fue la eliminación de Fillon, en el que lo intolerable había sido que los católicos lo encumbraran al poder de la derecha. Fue eliminado por la investigación judicial teledirigida de un hecho legal. Luego se continuó con la estrategia de demonización del Frente Nacional mediante la perpetuación de la ocultación de los hechos decisivos que han hecho de este partido una corriente social relevante: Los peligros de la inmigración de masas, la condena al paro o subempleo de las clases medias y bajas y los peligros del terrorismo y la degradación de la cultura francesa tradicional formada por el idioma, la religión católica y el orden público. La guinda del pastel fue fingir la ya manida intervención rusa en las elecciones de países occidentales escondiendo a la opinión pública la más que probable cuenta en paraíso fiscal del candidato favorecido. Cuenta que por otra parte habría sido lógica, dada la presión fiscal francesa, y probablemente legal. Pero lo esencial es que si hay rumores sucios afecten sólo a la derecha.

La clave es que los poderes establecidos, aterrorizados ante la posibilidad de perder sus privilegios, decidieron actuar como déspotas pretendidamente ilustrados defendiendo una continuidad que fingen considerar lo mejor para la nación, cuando sólo es lo mejor para sus cortos intereses. Es decir, la Unión Europea se quita todas las caretas y actúa desde una nueva legitimidad, ni democrática ni liberal, sino de despotismo supuestamente ilustrado. La pervivencia de la legitimidad democrática hubiera exigido un trato ecuánime a Fillon y a Le Pen y una ausencia de intervención de todos los poderes en favor de Macron. La pervivencia del respeto a la libertad, la vertiente de los derechos que reclama como su esencia la UE, hubiera exigido un ambiente en que tanto Fillon como Le Pen y sus apoyos sociales gozaran del mismo tiempo favorable en los medios como Macron y, sobre todo, carencia de incidentes de violencia contra ellos como las innumerables manifestaciones contra Le Pen, de las que no se ha informado apenas, o su imposibilidad física de ir a la catedral de Reims en el último fin de semana de campaña.

La suciedad y el cinismo de los déspotas es grande. Se juegan mucho y ni siquiera el fin, la continuidad del marasmo, justifica los medios.

En conclusión, o se opta por la legitimidad democrática y liberal y esto significa probablemente el fin de la Unión Europea en su configuración actual, o se opta por la legitimidad elitista (entendiendo por élite al poder establecido). Lo que pasa de castaño oscuro es la orwelliana defensa del despotismo basándose en la legitimidad demo-liberal.

La Unión Europea será buena, mala o regular, pero es deliberadamente anti democrática-liberal y ha establecido la legitimidad elitista para sustituir a la que venía prevaleciendo en Europa desde la II Guerra Mundial.

2. El voto del esposo de Madame Bovary

Tras un inicio de campaña de la segunda vuelta fulgurante, las alarmas se encendieron en el Frente Nacional al comprobar que era prácticamente imposible lograr que la gente afortunada votara a un candidato que quería liquidar el euro. Aunque las consecuencias de cambiar el euro son bastante menos graves económicamente de lo que corrientemente se dice, es evidente que requiere un esfuerzo político y nacional relevante.

Ha podido la conservación y la pereza. En la novela de Flaubert esa ausencia de idealismo resulta especialmente dramática, pero acaso no haga falta ponerse así. Lo relevante es que la resistencia al cambio y al esfuerzo es un elemento muy poderoso con el que cuenta el sistema. El hecho de que las clases medias y bajas empeoren progresivamente sus condiciones de vida tanto económicas como culturales es compensado con el mantenimiento de un nivel de vida aceptable, gracias a la economía científica y a la técnica contemporáneas y a pesar de las muchas rémoras del espantoso burocratismo. El hambre puede justificar revoluciones pero diversas carencias vagamente tolerables no.

3. La prestidigitación de la izquierda y la ausencia de soluciones

El presidente Hollande tuvo que renunciar a presentarse a la reelección, una primicia de la Vª República al ser apoyado por menos del 10% del electorado. Sin embargo, ha conseguido colocar a su ministro de Economía en el Elíseo, a su ministro de Defensa probablemente de primer ministro y a su antiguo primer ministro Valls como la estrella más relevante del partido de Macron para las legislativas. Es asombroso.

El logro procede a partes iguales del marketing que puede pagar el dinero del poder establecido y de la idiotez política a la que políticas socialistas han condenado un país otrora ilustrado en estas lides. Es cierto no obstante que muchas de las personas citadas son válidos servidores públicos que han procurado en un mandato especialmente dífícil tanto reformar la economía como garantizar la seguridad interior y exterior. Francia, no se olvide, ha votado con el estado de emergencia vigente. Pero no es menos cierto que no lo han logrado.

El peso del PIB en la economía francesa sigue siendo demencial, superior al 55%, el peligro del terrorismo islámico es serio, insistente y va apara largo, la destrucción social y cultural obra de la inmigración islámica masiva sigue su curso. No es verosímil que estas mismas personas puedan ponerle remedio. Mucho menos si el presidente cumple la alucinante promesa – que en ningún caso puede responder al interés nacional, es decir que responde a algún interés privado – de reducir el peso de la energía nuclear del 75% al 50% del total de la energía francesa, alegando la necesidad de luchar contra el cambio climático con más  ahínco que contra el terrorismo.

Es decir, si la izquierda es buena a la hora de la prestidigitación electoral no lo es tanto a la hora de encontrar soluciones. El enquistamiento de problemas ya muy graves promete por un lado que la derecha acabará por darse cuenta de lo increíble de su derrota, de la ilegitimidad de la opción elegida y, por fin, de la imposibilidad de seguir recibiendo prebendas en un país que desde su ingreso en las Comunidades europeas ha sido adelantado no ya por Alemania sino también por el Reino Unido.

Paradójicamente cuando Macron se acercaba al estrado a dar su discurso presidencial sonaba la Oda de la Alegría de Beethoven que es el himno de la Unión Europea en lugar de la Marsellesa, que es el himno de la República francesa. Es curioso hasta qué punto este hecho representa lo que estamos viviendo. La Oda cuenta con letra de Schiller, romántico alemán, que llama a celebrar a aquellos que lo pasan bien, a los que están contentos y satisfechos, no a los menesterosos o necesitados. La letra es muy clara. El sitio no lo es menos. El Louvre es el antiguo palacio real de donde fueron desalojados reyes y aristócratas durante la revolución. A duras penas el mejor sitio para convocar al pueblo a festejar.

El drama está servido. Las élites pueden estar orgullosas.

 

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