Los paulatinos recortes a las libertades en Hong Kong han terminado por poner a sus habitantes ante la disyuntiva de enfrentarse al comunismo o renunciar a su libertad. Es algo que sabían que tendrían que hacer, pero esperaban que fuera más tarde. Cuando la colonia británica, arrebatada a una China imperial muy débil, fue devuelta a la China comunista, se hizo bajo el compromiso de que Hong Kong conservaría su régimen de libertades. Dicha obligación se resumió en la frase «un país, dos sistemas». O sea, que un país comunista permitiría que una pequeña parte de su territorio continuara siendo una democracia. No tuvo Deng Xiaoping más remedio que hacerlo así. De otro modo, los ingleses se habrían resistido a devolver la parte de Hong Kong que no tenían obligación de restituir por haber sido en su día cedida indefinidamente. Por otro lado, la integración inmediata habría provocado la huida del dinero y de todo hongkonés que se lo hubiera podido permitir. Finalmente, China habría perdido los enormes ingresos económicos que Hong Kong generaba. Sin embargo, la solución se configuró como transitoria. En 2047, Hong Kong se integraría plenamente en el régimen comunista chino.
Pero los comunistas no suelen perseverar en la virtud de la paciencia y han ido poco a poco socavando la democracia hongkonesa a base de controlar el nombramiento de cada vez más cargos, incluidos los parlamentarios, pues amenazan a los rivales hasta lograr que en muchos distritos el único candidato sea el comunista. El pasito a pasito maoísta ya tuvo que enfrentarse a la revolución de los paraguas en 2014. Ahora es más grave, pues lo que pretende el Gobierno chino es que la Justicia comunista pueda juzgar a los hongkoneses en el caso de que así lo reclamen los tribunales continentales. Estalladas las protestas, ya no basta la retirada del proyecto de ley, y lo que los manifestantes reclaman es el retorno de la democracia.
Es obvio que los comunistas no cederán. Con intervención del Ejército o sin ella, harán todo lo que en su mano esté para imponerse. Hoy se lo pueden permitir porque Hong Kong ya no es proporcionalmente tan importante para la economía china. Tampoco es probable que a la larga, para sofocar la revuelta, vayan a tener que emplearse muy a fondo, pues la velada oferta que los comunistas hacen a los hongkoneses de conservar la prosperidad a cambio de su libertad puede resultar cada vez más atractiva, conforme los disturbios se prolonguen. Finalmente, está la emigración desde el continente, que hace que cada vez vivan en la excolonia más partidarios de Pekín. Si nadie lo remedia, en pocos años Hong Kong no será distinto de Shanghái.
La cuestión es que nosotros podríamos hacer mucho para ayudar a los hongkoneses en su lucha por la libertad. Trump amenaza con suspender las negociaciones comerciales. Es poco, pero menos da una piedra. En cambio, los europeos no hemos dicho ni pío. Nuestros gobiernos son incapaces de arrostrar los perjuicios económicos que nos acarrearía sancionar a China. Y sobre todo está la increíble buena prensa de la que goza el comunismo entre nosotros. Si nos faltan arrestos para defender la democracia en Venezuela, cómo vamos a tenerlos para hacerlo en China. A la postre, lo pagaremos con parte de nuestra propia libertad.